Homar Garcés /
La grave amenaza imperialista que se cierne sobre la República Bolivariana de Venezuela no responde a algo casual o fortuito. Es, simplemente, parte de la estrategia diseñada por los apologistas de la guerra y del imperialismo gringo para recuperar el hegemonismo perdido sobre todos los países ubicados al sur de la frontera estadounidense, teniendo como uno de sus ejes fundamentales el control del mar Caribe, incluyendo el golfo de México y la costa atlántica, bordeando Guyana, Surinam y Brasil; plan que, además, no es nada nuevo si consideramos la activación de la Cuarta Flota, ordenada en su momento por el presidente George W. Bush, con la finalidad, inicialmente, de asegurar el control sobre las vías marítimas complementarias del Canal de Panamá. Por tanto, resulta importante tomar en cuenta que Estados Unidos, desde finales del siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX, hizo todo lo posible por ejercer y mantener una hegemonía indiscutible e indisputable sobre las diversas naciones que integran Nuestra América/Abya Yala/Améfrica Ladina, incluyendo a las naciones caribeñas, a las cuales consideró, tiempo atrás, como su patio trasero. Imbuidos del Destino Manifiesto, de la Doctrina Monroe y del Corolario Roosevelt, Estados Unidos logró derrocar a gobiernos legítimamente constituidos (como los presididos por Jacobo Arbenz, Juan Bosch, João Goulart, Salvador Allende, Jean-Bertrand Aristide, Manuel Zelaya y Hugo Chávez), irrespetó cuantas veces quiso la soberanía y la autodeterminación de los pueblos del continente e invadió con total descaro e impunidad los países donde se instalaron gobiernos opuestos a sus directrices imperiales, como Nicaragua, Guatemala, Cuba, República Dominicana, Grenada, Panamá y Haití. Dicho historial se extiende con la serie de medidas y bloqueos económicos aplicadas a algunos de nuestros países, como Cuba, Nicaragua y Venezuela, tratando de suscitar un clima de inconformidad y de violencia política que acabe con sus gobiernos.
Así que quienes buscan minimizar tal amenaza y tales planes hegemónicos no sólo están errados sino que manifiestan un claro grado de ignorancia, al desechar olímpicamente toda la historia de intervenciones, golpes de Estado, asesinatos selectivos (como el Plan Cóndor, ejecutado por las dictaduras militares del Cono sur de nuestro continente y aplicado contra militantes de izquierda y, aun, a sospechosos de serlo), y bloqueos económicos y sanciones unilaterales que violan las disposiciones de la Organización de las Naciones Unidas. Todo en función de sus intereses geopolíticos y económicos. Nunca en función de preservar la libertad y la democracia como siempre lo han proclamado sus distintos gobiernos, manteniendo una continuidad que cada uno busca profundizar y ampliar, como se ha visto a nivel global. En este sentido, vale citar la situación expuesta por Narciso Torrealba en uno de sus artículos recién publicados respecto a la expresión prorrumpida por un ex alcalde del municipio Páez del estado Portuguesa cuando alguien se refería al imperialismo yanqui en una reunión. El mencionado alcalde expresó «Van a seguir con éso», fijando una posición contraria a su aparente militancia chavista, pero que, al mismo tiempo, deja ver que en el chavismo (entre gente que ejerce cargos de dirección) todavía persiste el adoctrinamiento contrarrevolucionario recibido durante el largo periodo en que gobernaron los partidos políticos del Pacto de Punto Fijo. Y esto constituye un talón de Aquiles respecto al chavismo que se ha proclamado socialista y antiimperialista.
Es innegable el hecho de que la clase gobernante de Estados Unidos siempre ha considerado al mar Caribe como su «nostrum mare», lo que justifica y explica su presencia e intervencionismo en las naciones insulares y ribereñas que se hallan en esta región geográfica, del mismo modo que lo hiciera el antiguo Imperio Romano con el mar Mediterráneo. Ahora Donald Trump retoma esta línea, tratando de amedrentar a todos los pueblos caribeños, en un esfuerzo por desplazar -con el uso de la fuerza militar- cualquiera tipo de vínculo con Rusia y, especialmente, con China, a la cual apuntan sus asesores como la mayor amenaza a los intereses geopolíticos y económicos de Estados Unidos a nivel mundial. La pregunta ahora es: ¿si será capaz de proceder a ataques directos y una invasión de sus tropas al territorio soberano de la República Bolivariana de Venezuela, desconociendo a propósito la falsedad sobre el tráfico de narcóticos que han vertido a la opinión pública estadounidense e internacional? Como se sabe, desde 1999, el empecinado interés imperialista de eliminar los gobiernos de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro se ha hecho sentir a través de diversidad de maniobras, todas dedicadas a sacar al chavismo de la escena política venezolana y así retomar la influencia y el control que por tanto tiempo ejerciera sobre Venezuela. Todas están debidamente comprobadas y documentadas, por lo que resulta difícil admitir que alguien en su juicio sano esté de acuerdo con ello; más aún que se atreva a negarlo, a pesar de que las consecuencias de las más de mil medidas sancionatorias emitidas sucesivamente por los presidentes George W. Bush, Barack Obama, Donald Trump (en su primer mandato) y Joe Biden, se hacen sentir a diario, sumiendo a la población venezolana en una crisis interna, con toda clase de privaciones, lo que afecta enormemente el orden económico nacional.
La incursión de la Cuarta flota gringa, incluso con un submarino nuclear (violando el Tratado de Tlatelolco) en aguas del mar Caribe, apuntando directamente a objetivos estratégicos de Venezuela, no puede, ni debe, reducirse a solamente una acción de grandes proporciones contra este país, si no que abarca a todo el resto del continente, puesto que, como afirmáramos al inicio, su propósito no es otro más que asegurar su hegemonía absoluta sobre todas las naciones que lo integran. Y esto, de una u otra forma, lo dejan transparentar Trump y los miembros de su gobierno, abiertamente y sin mucho recato. De manera que este despliegue naval yanqui, orientado a someter a Venezuela e imponerle un régimen más acorde con sus intereses, tiene un propósito mayor. El gobierno estadounidense pasó a una fase de agresividad, acompañado del conjunto de sanciones arancelarias unilaterales que le impuso a diversidad de países, incluso a aquellos que se jactan de ser sus aliados. Es el inicio de una escalada bélica que puede involucrar a países vecinos y desencadenar un conflicto de dimensiones parecidas a los sufridos en otras latitudes de nuestro planeta. Tal cuestión aparentemente no forma parte de los cálculos elaborados por el Departamento de guerra de Estados Unidos y, muy posiblemente, por el mismo Trump, llevado por su prepotencia y su carácter supremacista.