La potencia organizativa desde abajo como praxis creadora y subversiva

Homar Garcés /

De acuerdo con la intelectual cubana Llanisca Lugo, los espacios organizativos comunitarios o barriales deben engendrar unas nuevas subjetividades y evitar que sean envueltos en la lógica institucional del Estado, «porque si algo ha hecho el capitalismo -y, en muchos sentidos, también las formas burocráticas de socialismo- ha sido erosionar la subjetividad, reducirla a su mínima expresión. La comunidad, en tanto espacio de producción de sentido, de afecto, de memoria, puede ser un lugar de reapropiación de lo humano». Asidos de tal afirmación, podremos también decir que estos espacios organizativos, vistos como alternativa frente al orden establecido, aún con sus fallas, contradicciones e inconsistencias, son propicios para crear las condiciones requeridas para el surgimiento y consolidación de un amplio e inclusivo proyecto revolucionario de transformación estructural. Para conseguirlo, es indispensable la participación de todos los integrantes de la comunidad, no solamente en tareas puntuales orientadas al beneficio de todos, sino igualmente en la práctica dinámica de la democracia participativa y protagónica, la cual se adquirirá mediante el debate en asambleas de base, consensos y la formación político-ideológica, de modo que se adquiera una conciencia que trascienda el marco local para hacerse parte, a su vez, de un proyecto revolucionario de carácter nacional y, eventualmente, en uno continental. En Venezuela, por ejemplo, es factible que todo esto ocurra, a pesar de las arremetidas y los planes de desestabilización de la derecha vernácula en combinación con el imperialismo gringo; aparte del comportamiento poco o nada socialista de aquellos que ocupan los diferentes niveles del gobierno chavista. A lo largo de estos últimos 25 años se ha visto cómo el pueblo organizado ha adquirido conciencia de su potencial, a veces de una manera subordinada a la dirigencia del chavismo y, en otras, al margen del mismo.

En todo caso, la potencia organizativa desde abajo como praxis creadora y subversiva tiene que afirmarse, primeramente, en el reconocimiento de sí mismos de los sectores populares, anulando con su accionar el papel de subordinación y minusvalía al cual son relegados por los sectores dominantes, interesados en inculcar en aquellos la convicción de no poder hacer nada sin una dirección y un control por parte de ellos. En alguna forma existe este reconocimiento implícito de sí mismos cuando, impulsados por reivindicaciones legítimas, deciden luchar colectivamente, teniendo presentes los objetivos inmediatos a lograr. Esto puede observarse en cada lucha emprendida por los trabajadores, los campesinos, los carentes de vivienda, los defensores de la naturaleza, los pueblos originarios, las mujeres, la comunidad LGBTQ, y los afrodescendientes, entre otros igualmente importantes. En su seno se halla de forma embrionaria el entendimiento del origen de los problemas y las necesidades que confrontan a diario, lo que es de por sí un cuestionamiento a las bases que sostienen el modelo civilizatorio en que transcurren sus vidas, alienadas y explotadas por el capital imperante. Un ejemplo de esta potencialidad lo representa el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil, cuya lucha principal ha sido la reforma agraria mediante la ocupación de tierras y la puesta en marcha de formas de vida y producción comunitarias, con incidencia importante en la escena política brasileña, y vínculos con movimientos similares de otras naciones, llegando a proclamarse antiimperialista, lo que ha ampliado la visión de su lucha en el contexto del enfrentamiento que sostienen las oligarquías del Norte global contra los pueblos del Sur global que luchan por su soberanía y su independencia, además de tener al socialismo revolucionario como uno de sus propósitos estratégicos.

En los espacios organizativos comunitarios o barriales que se constituyan con estas características, es posible hablar de comunidades e instituciones comunistas, de una forma parecida a lo que determinó Rosa Luxemburgo en su análisis sobre las comunas de los pueblos árabes y amaziges o bereberes, y no por simple juego de palabras sino porque estas conducen a un cambio cualitativo en las relaciones de poder y de producción; siendo, por tanto, socialistas, anticapitalistas y, en última instancia, antiimperialistas. Si éstas tienden a sustituir la propiedad privada de los medios de producción por una propiedad colectiva de estos y se adquiere cierto nivel de autogobierno interno, se habrá dado un paso trascendental en la construcción del socialismo revolucionario, lo que amerita disponer de una visión totalizadora que incluya lo nacional y lo internacional. Agregado a lo anterior, es fundamental tener como objetivo propiciar una revolución política que derive en una transformación radical del Estado, cambiando la relación tradicional entre gobernantes y gobernados. Esto significa, entonces, que las comunidades autoorganizadas han de tener también como uno de sus objetivos la toma del poder y, por consiguiente, el control colectivo de las diferentes de la economía y de las instancias de gobierno y/o del Estado.

La praxis creadora y subversiva del poder popular revolucionario organizado, manifestada a través del poder comunal, es garantía de la independencia y la soberanía nacionales, además de la construcción efectiva de espacios organizativos donde se exprese, se haga vida y se consolide el socialismo revolucionario. Aunque pueda (y no debe extrañar) que, en su seno, se presenten algunas disparidades, contradicciones e, incluso, retrocesos, producto de los criterios y actitudes personalistas de sus integrantes, es válido afirmar que éste sea una, sino la mejor, de las alternativas para que se concrete el socialismo revolucionario de una manera más idónea al partir del debate de ideas y de la participación y el protagonismo de los sectores populares. Esto supone que no es necesario, ni debiera aceptarse, una subordinación incondicional frente al gobierno y el Estado, puesto que con ello perderá toda su fuerza creadora y subversiva, manteniendo una dependencia favorable a los intereses de aquellos que se hallan al frente de los diferentes niveles del poder constituido, lo que tergiversará sus objetivos primordiales y retrasará la asunción de su verdadero papel de sujeto histórico en la constitución y vigencia del socialismo revolucionario. Frente a ello, esta fuerza creadora y subversiva deberá lograr que el viejo Estado liberal burgués sea transformado radicalmente, invirtiendo las relaciones de poder y haciendo que éste se halle, efectivamente, sujeto a la soberanía popular. Logrado dicho propósito, crucial para la existencia creadora y subversiva del poder comunal o comunitario (extensivo a las demás organizaciones que conforman el poder popular), se hará irreversible la construcción de un socialismo revolucionario de nuevo tipo, más cercano a las expectativas e intereses de la mayoría, y, por consiguiente, con una base de sustentación firmemente establecida, lograda gracias a las nuevas subjetividades derivadas de su acción liberadora.

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