Homar Garcés /
El hecho de que se haya iniciado en Venezuela un interesante, histórico y novedoso proceso de cambios revolucionarios que, además, se proclamara socialista y antiimperialista, no sólo desató el terror y la incertidumbre entre los sectores tradicionalmente dominantes del país sino también de las cúpulas imperialistas de Estados Unidos, los cuales activaron de inmediato sus mecanismos de intervención, igual que lo hicieran antes en otros países de Nuestra América/Abya Yala/Améfrica Ladina. Una cuestión que no debió sorprender a nadie, ni podría calificarse como algo casual o fortuito. Eso es, simplemente, una reacción normal y, hasta, lógica de parte del imperialismo yanqui, el cual desde siempre ha considerado al resto del continente al sur de sus fronteras terrestres y marítimas como su coto exclusivo, como su patio trasero, en donde no podría florecer cualquier alteración del orden vigente que pueda calificarse de revolucionario o progresista, por mucho que exista un apego estricto a las leyes. Pero, aún con toda una historia de injerencias, de golpes de Estado e invasiones con sus marines protagonizada por el imperialismo gringo durante todo el siglo XX y, ahora, en el siglo XXI, hay gente que duda o niega todo lo relacionado con el imperialismo estadounidense y de cómo sus acciones afectan la paz, la democracia y la autodeterminación de los pueblos. En el caso del chavismo esto último representa un talón de Aquiles, quizá debido mayormente a la heterogeneidad político-ideológica de su militancia, a pesar de las posiciones antiimperialistas asumidas públicamente por los presidentes Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Ciertamente, este talón de Aquiles representa una pobre y censurable demostración no únicamente de falta de preparación ideológica sino también de ignorancia política. Ello es, también, reflejo de la carencia de la debida comprensión del acontecer contemporáneo, en especial, con un Estados Unidos guerrerista, amenazando y atacando a otras naciones por no encajar según sus parámetros imperiales.
El imperialismo yanqui -como ya lo asentáramos anteriormente- representa una seria amenaza, por lo que sería ilógico pensar que sus amenazas son meras declaraciones y no una realidad constatable. Por eso no se pueden obviar las diversas estrategias que éste puso en práctica para desestabilizar y derrocar al gobierno presidido por Hugo Chávez (incluso, antes de que este asumiera formalmente la presidencia), con financiamiento a las diferentes organizaciones o factores internos opositores (Súmate, Primero Justicia, Fedecámaras, Confederación de Trabajadores, Acción Democrática, Copei, Movimiento Al Socialismo, cúpula eclesiástica, militares «institucionalistas», medios de información y otros más), cuyo rasgo más destacado es el odio visceral al chavismo. Cuestión que se ha visto superlativizada con el plan de invasión militar proferido por Donald Trump. Lo que podría ocurrir si considera al país bolivariano una presa fácil, como se hiciera con Vietnam, Laos, Camboya, Cuba, República Dominicana, Grenada, Panamá, Afganistán, Iraq, Haití, Libia y Siria. Es decir (y sería una redundancia), el imperialismo gringo se fijó como uno de sus objetivos primordiales a nivel global el sometimiento de Venezuela, independientemente de si son ciertas o falsas las acusaciones sobre narcotráfico internacional y de sus últimos mandatarios hayan manifestado su disposición de establecer relaciones cordiales, en el marco del respeto mutuo. De igual manera, se debe mencionar la campaña de desinformación y de mentiras descaradas en contra de Chávez, de Maduro y del chavismo atribuyéndoles la culpa de toda atrocidad perpetrada por sus lacayos de la extrema derecha local; incluso, lo del golpe de Estado al supuestamente reprimir con balas a los manifestantes opositores del 11 de abril de 2002. Así que no se podrá negar la intención desestabilizadora del imperialismo yanqui, por mucho que se invoque que lo hace por defender la libertad, la democracia y los derechos humanos del pueblo venezolano (es decir, de quienes se consideran, servilmente, como sus aliados nacionales); ocultando, o apenas dejándolo entrever, cuál es su verdadero propósito: el control directo y exclusivo de los ricos yacimientos petroleros venezolanos.
Por lo tanto, el chavismo no podría, ni debería, dejar de adoptar una firme posición antiimperialista. Sería una consecuencia lógica de su perfil socialista y, por esto mismo, anticapitalista. Entonces no hay espacio para ambigüedades, ni miedos. Así como lo enfrentaron Cuba y Vietnam, derrotando a los mercenarios y a los soldados que entrenara y enviara Estados Unidos en su contra. Pero este antiimperialismo ha de ser dinámico y consciente, no limitado al simbolismo (importante, por demás) de marchas, concentraciones y consignas. Se tiene que promover un amplio debate de ideas que permita profundizar dicho antiimperialismo, así como una formación teórica-política basada en el conocimiento de la historia desde una óptica insurgente. Es una fórmula factible y necesaria si se quiere preservar lo que podríamos denominar el ecosistema de información, dada la saturación de noticias tendenciosas o falsas que divulgan muchas empresas mediáticas, principalmente por las redes de internet. No debe ser un simple saludo a la bandera, ni una actividad coyuntural, sin continuidad en el tiempo. A ello debe agregarse la comprensión de las líneas maestras establecidas por Hugo Chávez en cuanto a promover y cimentar la integración latinoamericano-caribeña y el mundo multipolar y multicéntrico; de manera que se logre entre la militancia chavista un nivel de conciencia con que se combata cualquier tipo de subordinación neocolonialista de Venezuela.
Quienes todavía critican las advertencias de Chávez respecto al imperialismo yanqui quizás olviden adrede (o no comprenden) que el proceso bolivariano, inspirado, por tanto, en el ideario del Libertador Simón Bolívar, está llamado a ser un proceso antiimperialista por antonomasia, dado que proclama y defiende el derecho que tienen todos los pueblos del planeta a la libre determinación, a la paz, a la justicia, al respeto a sus soberanías y a un orden económico que borre para siempre la división internacional del trabajo, la explotación de los trabajadores y las desigualdades económico-sociales creadas por el sistema capitalista imperante; cuestiones todas que forzosamente plantean un enfrentamiento en todas las esferas con el imperialismo estadounidense, ya que esté defiende todo lo contrario. Se podrá entender, sin aguzar los sentidos, el por qué de las preocupaciones, interés y amenazas de Washington por la evolución política de Venezuela hacia el socialismo revolucionario, sobre todo cuando nuestro país dispone de reservas petroleras probadas que sugieren ser las mayores del mundo; aparte de estar geográficamente más cerca del país del Norte. No obstante, creer que Venezuela no será, en algún momento, blanco del intervencionismo de Estados Unidos con la complicidad de sus subordinados europeos y, hasta, latinoamericanos, es harto ilusorio. No sería insoslayable, entonces, que cualquier proyecto revolucionario, sea en Venezuela u otra nación de Nuestra América/Abya Yala/Améfrica Ladina, deje a un lado tan importante elemento. No se puede desconocer, aún con buena intención, que Trump persigue actualizar la «vieja» diplomacia del garrote que aplicó en su tiempo el presidente Theodore Roosevelt. No se puede aceptar pasivamente, por consiguiente, el autoatribuido derecho de Estados Unidos de interferir en los asuntos internos del resto de naciones del mundo, mucho menos una invasión de su parte. Y todo eso debe tomarlo en cuenta el chavismo, con toda la carga subversiva que esto significa.

 
 
 
  
 