La distancia que nos separa

Entre nuestros seres amados y nosotros se ha interpuesto la distancia, esa desgraciada barrera que nos impide abrazarnos, que se lleva momentos irrepetibles, que nos roba las vivencias cotidianas de sentarnos juntos en la mesa, toda la familia completa.

Esa distancia que nos separa de un beso en la mañana, de una mirada a los ojos, de una caricia y de una bendición con voz viva y directa de una madre o de un padre a sus hijos. Esta soledad que nos hace muchas veces caminar como muertos sin entierro, porque gran parte de nuestras vidas ya no está con nosotros.

Nos han robado todo, lo más sagrado de nuestras vidas se lo ha llevado esta crisis. Estamos siendo parte de una generación sin recuerdos, sin fotos de cumpleaños, sin celebraciones del día del padre o de la madre, sin navidad o año nuevo. Se nos fragmentó la familia, estamos quedando un montón de viejos sólos, porque se nos fueron nuestros hijos.

Cinco millones de jóvenes entre 18 y 35 años han tenido que marcharse, paradójicamente por falta de oportunidades, en uno de los países más ricos del mundo.

La distancia que nos separa es la muerte lenta de las simples cosas, como dice la canción interpretada por Mercedes Sosa: «y el amor es simple y a las cosas simples las devora el tiempo».

El tiempo es inexorable, jamás podremos detenerlo, pero lo que sí podemos hacer, es detener el sufrimiento y sembrar esperanzas de que nuestros hijos, algún día cercano regresarán, si tan solo tenemos un poco de conciencia y voluntad.

Es necesario humanizar la política, porque más 7 millones de migrantes, no es sólo una cifra fría, sino pónganle rostro a los números. Son muchos millones de familias separadas y 30 millones de personas afectadas.

Un país completo sufriendo el desmembramiento colectivo de la familia, sin contar las inhumanas anécdotas de las travesías de cada migrante.

Cuanto dolor y cuanta indiferencia junta. Dejemos de ser la sociedad que ha olvidado la experiencia del llanto. La ilusión por lo insignificante, por lo provisional; no seamos indiferentes hacia los otros, no entremos en la globalización de la indiferencia, que nos ciega ante el atroz asesinato de un joven futbolista que luchó por los derechos de los demás y murió sólo, mientras todos celebramos una hazaña de su deporte favorito.

Estamos viviendo la cultura del bienestar que nos arrastra a pensar sólo en nosotros mismos, nos convierte en insensibles al grito de los demás, nos hace vivir en burbujas de jabón,ñ que son bonitas, pero que son inútiles, no son nada más que ilusión y apariencia.

En estos días de reflexión, a pocos días de terminar este año, sólo quisiera sembrar, en cada uno de ustedes, el espíritu de la conciencia.

Que pensemos en el país que queremos y nos convirtamos en los ciudadanos que provocarán esos cambios, simplemente cambiando un poco nosotros mismos. Allí está la verdadera distancia que nos separa de todo lo que queremos.

Feliz navidad y que reciban un año lleno de infinitas bendiciones.

Por Froilán Sánchez

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