¿Fahrenheit 451?: Situación país «quema» las librerías de Acarigua «a la temperatura a la que arde el papel»

Pedro Galdón.- «Con la punta de bronce del soplete en sus puños, con aquella gigantesca serpiente escupiendo su petróleo venenoso sobre el mundo, la sangre le latía en la cabeza y sus manos eran las de un fantástico director tocando todas las sinfonías del fuego y de las llamas para destruir los guiñapos y ruinas de la Historia. Con su casco simbólico en que aparecía grabado el número 451 bien plantado sobre su impasible cabeza y sus ojos convertidos en una llama anaranjada ante el pensamiento de lo que iba a ocurrir, encendió el deflagrador y la casa quedó rodeada por un fuego devorador que inflamó el cielo del atardecer con colores rojos, amarillos y negros. El hombre avanzó entre un enjambre de luciérnagas. Quería, por encima de todo, como en el antiguo juego, empujar a un malvavisco hacia la hoguera, en tanto que los libros, semejantes a palomas aleteantes, morían en el porche y el jardín de la casa; en tanto que los libros se elevaban convertidos en torbellinos incandescentes y eran aventados por un aire que el incendio ennegrecía».

De este modo, Ray Bradbury esboza las sensaciones y la experiencia, las obras y la voluntad en ese preciso instante del protagonista de su más conocida novela, «Fahrenheit 451», Guy Montag, un bombero cuya labor en aquella distópica, futurista e infernalmente conformista sociedad estadounidense, a diferencia de sus homólogos reales, es el encender fuegos y ennegrecer los cielos con el humo que estos despiden, no con las casas cuyos incendios acostumbran apagar los verdaderos (en la narración, los constructores lograron inmunizar las casas de las llamas), sino con el papel de esas «palomas aleteantes», proscritas y perseguidas ferozmente, hasta llevarlas al borde de la extinción, por el Gobierno de turno y sus predecesores en nombre de la felicidad, el orden público y la salud mental de sus gobernados, cuya vida se ha acelerado al punto de no tener tiempo para pensar, y cuyo todo se redujo «a la anécdota, al final brusco», en medio de una honda crisis política y espiritual.

En respuesta a una pregunta hecha por Montag en una conversación que mantuvo en el cuartel de bomberos con sus compañeros de trabajo, dos de ellos sacaron el «libro guía» que usaba el cuerpo bomberil, suministrado por el Estado, y le mostraron unas líneas del mismo:

«Establecidos en 1790 para quemar los libros de influencia inglesa de las colonias. Primer bombero Benjamín Franklin».

Aunque esta es una muestra del tipo de tergiversaciones históricas que los entes gubernamentales de esta distopía usaban para enajenar a las gentes de sus facultades cognitivas e intelectuales y «vaciar» sus mentes, evidencia algo, cuanto menos, curioso y revelador: esta novelesca faena bomberil nace en el seno de la clase política, y que, bajo el alegato de proteger a la población de «perniciosas» ideas, tratará de apagar estos supuestos incendios encendiendo otros con montones de papel, y, tras los cuales, se mostrará ante ella y entre los tizones sobrevivientes del fuego, alimentado con estas «palomas», como la «heroína», como el «bombero» que salvó a las masas ese día, aunque de estas haya quedado solamente cenizas.

No obstante, estos «bomberos» no necesitan quemar todo lo que les parece inconveniente literalmente para desaparecerlo, y los «incendios» más peligrosos son aquellos que no se ven a simple vista, y cuyo calor no se siente a menos que se esté muy cerca de ellos. Si se busca eliminar algo, en vez de quemarlo, se puede evitar que se produzca y se distribuya. Y eso es lo que ha estado pasando con los libros en el país, en el estado y en la ciudad: se ha atacado a quienes los producen y a quienes los distribuyen, entre estos últimos, las librerías.

En los últimos años, las librerías de Acarigua han sido duramente golpeadas por la crisis económica nacional, los gravámenes gubernamentales y los problemas derivados de estos, y han ido progresivamente disminuyendo en número y mutando, máxime, en papelerías, por la gran caída de las impresiones y la demanda de libros en Venezuela, y la mayor rentabilidad de los productos propios del rubro a los cuales estas han decidido inclinarse.

Tres casos, una misma realidad

Librería «La Chipola»

La caída en picada de la industria literaria y de las compras de libros en el mercado por parte de los consumidores, la gran carga impositiva y la pandemia del coronavirus fueron algunas de las causas por las que Armenio Barazarte y su esposa Marlyn decidieron «bajar las santamarías» de la librería «La Chipola» hace aproximadamente cuatro años, hasta hace unos pocos meses atrás, cuando decidieron seguir «montando la ola» nuevamente con su empresa.

Foto. Interior de la Librería «La Chipola».

Manifestaron que les ha sido muy difícil, durante los últimos años en los que estuvieron activos, conseguir proveedores de mercancía literaria, debido a que casi todos ellos se marcharon de Venezuela, o, como es el caso de comercios nacionales de la talla de Librería Mundial, cerraron por la insostenibilidad del negocio de los libros; y que la «occisión» de estas empresas coadyuvó a que las consignaciones que se les otorgaban en el extranjero la venta de varios rubros literarios, como es el de libros universitarios, fueran con ellas a la tumba, y los impelió a rematar y regalar toda la mercancía relacionada con estos «para tratar de recuperar algo de dinero».

Foto. Estanterías de libros de la librería.

Indicaron que la demanda y las compras de libros por parte de los consumidores en su negocio han caído como un 75% en el último lustro de trabajo, gracias, máxime, a la disminución del poder adquisitivo y los drásticos cambios en la lista de prioridades del venezolano, y que solo una pequeña porción del mercado previo a la crisis nacional, integrado por aquellos que prefieren leer los libros en físico, continúe comprándoles fielmente literatura.

Señalaron que, cuando pensaban reabrir el negocio, a principios de 2020, fueron sorprendidos y posteriormente «arropados» por la pandemia, la cuarentena y sus efectos; su núcleo familiar se vio afectado significativamente por el COVID-19, armando un «caos» dentro de su hogar y quitándoles el tiempo para pensar en otras cosas aparte de su salud; y la cuarentena llevó a que el Centro Comercial Central Acarigua, donde está localizada su librería, «muriera» en cuanto a actividad económica y a afluencia de visitantes se refieren.

La llegada de la cadena de abastos Forum en el centro comercial, el mejoramiento del ambiente y la dinámica comercial en el mismo y las exhortaciones de algunos de sus locatarios, incentivó a los esposos Barazarte a abrir nuevamente, aunque han tenido que emplear nuevos métodos para recuperar la clientela que perdieron durante el cierre de su librería y para superar los desafíos que propone la crisis del mercado de libros actual a quienes se enrolan hoy a comerciar en él, entre ellos, el sacar la mercancía de las estanterías antes de que la ganancia por esta se devalúe en sobremanera.

Librería «Los Próceres»

Luchando contra la corriente como su anterior homóloga, cual salmón tratando de ir río arriba, la Librería «Los Próceres» se mantiene «nadando», valiéndose de los productos de papelería para sostenerse ante la casi nula visita de compradores de libros a ella. Su dueño, Máximo Frías, expresó que la disminución del poder adquisitivo y la consecuente focalización de las compras en la comida por parte del ciudadano de a pie, la sustitución de los libros de texto escolares por las fuentes de internet por parte de los estudiantes y la cesación de las operaciones de las editoriales en la mayor parte del territorio venezolano o del país en general han «lapidado» los ingresos por concepto de venta de libros de su empresa hasta llegar «casi a cero», impeliéndolo a «diversificarse».

Foto. Interior de la Librería «Los Próceres».

Señaló que, por las condiciones en las que se encuentra el mercado de libros, invertir en la compra de estos debe ser pensada «muy bien», por el amplio margen tiempo que dicha inversión «quedará estancada» en las repisas y en los mostradores; y que, por ende, le es más rentable adquirir papelería que literatura de cualquier tipo, porque puede salir de ella con mucha más rapidez.

Contó que está «intentando salir» de un conjunto de libros infantiles tazado en $1,500 que le dejó una editorial desde hace varias semanas, pero solo ha podido vender un puñado desde su entrega. Por tal motivo, ha solicitado a la proveedora que le canjee la mercancía por otra cuya venta sea más factible.

Asimismo, Frías añadió que él considera que, en conjunción a estos hechos, la migración de los maestros que habitualmente trabajan en sus respectivas escuelas con libros de textos, las clases a distancia por la cuarentena y el creciente desinterés de las generaciones más jóvenes por la lectura han complicado un poco más las cosas para las librerías de lo que ya estaban.

Librería «Los Estudiantes»

Con más de 45 años de historia, la Librería «Los Estudiantes» es una de las ventas de libros más antiguas e icónicas de la ciudad de Acarigua que ha pervivido hasta el presente, pero, al igual que las anteriores, también es una muestra de los dura que ha sido esta, la última, de sus guerras, que le ha tocado combatir en su larga trayectoria.

El propietario de este establecimiento, Orlando Alvarado, afirmó que el cambio en la modalidad de las clases motivada por la pandemia golpeó duramente las ventas, debido a que la digitalización de las actividades académicas hizo que se prescindiera de la mayor parte de los materiales físicos; y que fue mediante la venta de productos de oficina y de papelería que lograron compensar las pérdidas adquiridas por la venta de libros.

Foto. Exposición de libros de referencia y literatura varia de la Librería «Los Estudiantes».

Asimismo, indicó que los férreos ataques que efectuaron ciertos entes financiados con fondos públicos en contra de las editoras más importantes, al tratar de imponer sus enciclopedias y otros textos escolares en las escuelas y liceos, el ímpetu que cobraron en los últimos años los recursos online y la escasez del papel, derivaron en la progresiva pero inexorable «merma» de los principales proveedores de libros en Venezuela, hasta estar al borde de la extinción; que, a raíz de esto, las editoriales oriundas de México y España y las nacionales, como el Bloque de Armas y la Cadena Capriles, dejaron de producir o enviar sus ediciones o, incluso, fueron absorbidas por empresas públicas; y que ellos, en consecuencia, han tenido que abastecer sus estanterías con los cuentos, lecturas juveniles, novelas y literatura no académica para suplir esta significativa ausencia.

En virtud de la convergencia de estos hechos y la gran cantidad de impuestos que deben pagarle al Estado, Alvarado expresó que se vieron obligados a cerrar las otras sucursales que poseía la librería para sostener la sede principal, y a vender, además de papelería, vestimenta y calzado para mantener a flote esta última, ya que, desde hace unos cuatro años, no han podido vender ninguno de los textos escolares importantes que tienen en exhibición, con la sola excepción de los más fundamentales, como es el caso del famoso «Mi Jardín».

Foto. Interior de la librería, donde se aprecia la división entre la sección de ropa y calzado, y la de libros y papelería.

¿Mejorará la situación?

En la novela de Bradbury, el protagonista, luego de desertar del cuerpo de bomberos y escapar de las autoridades de su ciudad, huye a las colinas cercanas a la misma, y se topa con una comunidad clandestina nómada de hombres que la lectura los hizo criminales, los cuales, para mantener vivo el conocimiento contenido en los libros y los ejemplares que catalogaban como importantes para la posteridad, memorizaban su contenido valiéndose de mnemotecnias de su propia invención hasta poder recitarlos, y, luego, quemaban las obras memorizadas, para eludir los roces con la ley y sus injustas penas.

La proscripción de infinidades de libros y la férrea persecución a quienes querían gustar de leerlos llevó a estos últimos a vivir perpetuamente como ignotos fugitivos, mientras veían como su país era destruido por dentro y por fuera por sus enemigos políticos y por él mismo, y trataban de que los libros pervivieran de generación en generación, guardándolos en el último resquicio del espacio privado y personal del ser humano: la mente.

Con relación al futuro de las librerías en la ciudad y en Portuguesa, la mayoría de los entrevistados considera que la gravedad de la crisis y las complicaciones que esta ha generado para su resurgimiento harán que, tarde o temprano, las ventas de libros tengan el mismo destino que la literatura en «Fahrenheit 451»: un recuerdo que va y viene de las mentes de quienes en ellas los mantienen.

Frías declaró que pasarán muchos años antes de poder contemplar alguna mejoría en el sector, y que está considerando seriamente «dejar la vida de librería» y dedicarse a la venta de otro tipo de productos mucho más rentable, a pesar de su vetusta familiaridad con el negocio librero, por su imperiosa necesidad de satisfacer los menesteres de su casa.

Alvarado manifestó que esta tragedia ha herido tan severamente al «gremio» que solo podrán seguir sobreviviendo a este aluvión diversificando sus ofertas al público con productos de primera necesidad y poniendo en segundo plano la venta de libros, y que, por todas las cosas que comentó acerca del estado de su negocio, cree que su recuperación está «muy cuesta arriba» como para ser, cuanto menos, verosímil.

No obstante, no todas las prospectivas contemplan la desaparición del «gremio» librero. Pese a los cuantiosos y abismales problemas actuales, los esposos Barazarte consideran que, en virtud del incremento de las inversiones en la ciudad y de otros tipos de «movimiento» económico, lentamente el panorama actual de las librerías se tornará mucho más claro y favorable para ellos, y aseveraron que ellos seguirán apostando por el negocio que, en sus 30 años de existencia, les ha permitido sacar adelante a su hogar.

Cuando llega la incertidumbre, algunos dicen que lo que debe permanecer en cada persona es lo último que queda al final: la esperanza, en este caso, la esperanza de la llegada de la «paz», una que le dé fin a esta «guerra».

Muchos esperan que esta permanezca aun cuando se escuchen el sonido de los «aviones» al volar y las «bombas» al caer, y se otee en el horizonte al enemigo intentando traer el «combate» a las puertas de las «casas».

reza una sección del párrafo inicial de la obra de Ray Bradbury, «Fahrenheit 451»,

una novela distópica que presenta un retrato de una sociedad futurista estadounidense en la que la convergencia de la hiper-aceleración del pensamiento y la cotidianidad del hombre y la consecuente reducción de su todo «a la anécdota, al final brusco» , el autoritarismo, el anti-intelectualismo, la explotación de las masas, el hedonismo y los grandes saltos tecnológicos ha producido la

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