Desde la llegada de Hugo Chávez Frías al poder el sector agrícola ha sido duramente golpeado por las políticas gubernamentales.
Las expropiaciones de fincas, invasiones de predios y ocupaciones forzosas crearon un clima de inseguridad jurídica que, poco a poco, acabarían por despojar una cantidad de tierras productivas de sus antiguos dueños, y pasarían a manos de quienes en su mayoría jamás habían sembrado nada en sus vidas.
Casos emblemáticos como el Hato El Frío en el estado Apure, La Marqueseña en el estado Barinas, El Valle del Río Turbio en el estado Lara y el del productor y biólogo Franklin Brito, a quien no sólo le arrebataron sus tierras sino también sus deseos de vivir ante tanta injusticia. Estos son algunos ejemplos del afán destructivo del proyecto socialista a nuestra agricultura.
Todo se hizo bajo la premisa de alcanzar la soberanía agroalimentaria, pero, por el contrario, las tierras expropiadas por el gobierno hoy no producen prácticamente nada sino hambre, desolación y desempleo.
Durante estos años nuestros productores agrícolas han tenido que soportar escasez y bachaqueo de insumos, luego de la expropiación de Agroisleña y el fracaso rotundo de Agropatria, vías destruídas, falta de financiamiento, escasez de combustible y en los actuales momentos la arremetida de los usureros financistas, quienes cobran sumas exorbitantes en productos ante la mirada silente del ministerio de agricultura y tierras.
Ese escenario carente de condiciones óptimas ha provocado la caída vertiginosa de la producción agrícola, quizás los más significativos son la caña de azúcar donde se pasó de moler 10 millones de toneladas en el país durante el año 2006, a moler 3 millones y medio este 2023, según información suministrada por José Ricardo Álvarez, presidente de la Asociación de Cañicultores de Venezuela, mientras que con el arroz pasó de producirse 1,15 millones de toneladas en el año 2014 a producirse 400 mil toneladas durante el año 2022, habiendo llegado a su nivel más bajo en el 2019 con apenas 240 mil toneladas producidas.
En promedio la producción de alimentos en Venezuela ha caído un 67% con respecto a sus máximos históricos.
Otra cosa que es una barbaridad indecorosa es el tema de los precios, los productores se ven obligados a vender a precios irrisorios mientras los industriales venden a precios exorbitantes en comparación al costo de sus materias primas.
Hoy por hoy debe ser una cosa muy lucrativa ser un industrial revolucionario del sector alimenticio.
¿Será por eso que todos los enchufados buscan incursionar en este sector?, ya que los márgenes de ganancias jamás estuvieron tan dispares entre productores y la industria, sin mediación alguna de parte del Estado.
Por poner algunos ejemplos, el precio del maíz, que se le paga al productor, es de 0,35 dólares por kilo, pero la industria vende a los consumidores 1 kilo de harina precocida en 1.50 dólares, es decir, a más del 300% del precio al que fue adquirido al productor.
En el caso del café al productor la industria le paga 3 dólares por kilo, dependiendo de la calidad, pero se comercializa entre 7 y 8 dólares el kilo, cerca de un 250% en promedio.
Mientras todo esto ocurre en los campos venezolanos, al ministro de agricultura y tierras, Wilmar Castro Soteldo parece no preocuparle mucho la situación, tal vez sea el camino que se ha planteado para la construcción de la nueva burguesía revolucionaria, como lo dijo en su programa Cultivando Patria número 99. Lástima que se haga a través de esta manera tan injusta de intercambio, entre industria y productor.
El socialismo del siglo XXI ha caído como una plaga sobre nuestros campos, devorando todo lo que a su paso consigue, y los que años atrás eran prósperos sembradíos hoy muestran el devastador resultado de las malas políticas gubernamentales.
En los tiempos actuales apenas se produce una fracción de lo que se producía en épocas pasadas y donde el propio ministro ha dejado su huella de desaciertos, sobre todo, cuando vemos aquellos esqueletos de invernaderos que hoy sólo sirven para recordar los fracasos de sus improvisados experimentos.
Por Froilán Sánchez