Sentir a Dios



     ‎Hace poco tiempo escuché decir a una persona: «tengo tiempo en la Iglesia y jamás he sentido a Dios». Al preguntarle un poco sobre eso, me dice que va y regresa a su casa sin expectativas; que no medita sobre lo predicado y que menos comparte dicha Palabra. Más adelante le pregunté: ¿le alabas, le adoras, le sirves a Dios? Dijo: ¡no, porque jamás le he sentido!

    ‎Hoy en nuestras Reflexiones en Familia compartiremos una hermosa porción de La Palabra, que inspirada por Dios e inscrita en el Salmo 86, versículos del 8 al 12, en la versión Reina-Valera 1960, dice: «Oh Señor, ninguno hay como tú entre los dioses, ni obras que igualen tus obras. Todas las naciones que hiciste vendrán y adorarán delante de ti, Señor, y glorificarán tu nombre. Porque tú eres grande, y hacedor de maravillas; solo tú eres Dios. Enséñame, oh Jehová, tu camino; caminaré yo en tu verdad; afirma mi corazón para que tema tu nombre. Te alabaré, oh Jehová Dios mío, con todo mi corazón, y glorificaré tu nombre para siempre».

     ‎Amados, en esta porción de la Escritura, David reconoce que no hay nada ni nadie que iguale a Jehová; por lo tanto, todas las naciones que Él hizo, deben adorar y exaltar su santo nombre. David, igualmente pide a Dios, que le muestre su camino y que siembre en su corazón la semilla imperecedera de la adoración.

     ‎Queridos hermanos y amigos, para sentir a Dios debemos adorarle, ya que al hacerlo estamos reconociendo su excelsitud, su potestad y nuestra dependencia de Él. En la Biblia se nos exhorta a adorar a Dios con todo nuestro ser, en espíritu y en verdad; igualmente, para sentir su presencia, debemos alabarle, ya que la alabanza es una expresión de agradecimiento por sus obras, su soberanía y su infinito amor.  «No debes esperar a sentir a Dios para adorarle, sino adorarle para sentirlo».

     ‎Complementario a la alabanza y la adoración, en el servicio también se puede sentir a Dios; solo si, servimos de manera humilde y desinteresada, sin buscar protagonismo tan igual a Jesús, que vino a servir y no a ser servido, tal como cita Marcos 10 verso 45: «Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos».

     ‎Un servidor de Dios encontrará fortaleza a través de la oración, la Palabra o el ayuno; y es precisamente allí en esa intimidad, en la que podrá sentir a Dios; pero si ese siervo no toma el tiempo para eso, por supuesto que no sentirá su presencia. Buscando a Dios diariamente en intimidad, no solo se podrá sentir, sino que también se podrá hallar, tal a como se nos anima en Jeremías capítulo 29, versículo 13, cuando dice: «Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón». Pero para buscarle, es necesario apartar el «vanidoso yo» a un lado y entender que en el tiempo de intimidad con Dios, no se trata de quienes somos nosotros sino de quién es Él en nuestra vida.

     ‎Finalmente, mis amados, es necesario alabarle con todo nuestro corazón y glorificar su Santo Nombre por siempre, para que a su debido tiempo sea saciada la sed de su presencia y se manifieste su mover en nuestra vida.

‎«Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas, para ver tu poder y tu gloria, así como te he mirado en el santuario. Porque mejor es tu misericordia que la vida; mis labios te alabarán. Así te bendeciré en mi vida; en tu nombre alzaré mis manos» Salmos 63:1-4 (Reina-Valera 1960).

¡Bendiciones para todos!

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