Desde el Conuco/ Apuntes sobre la traición y el poder

Toribio Azuaje /

*“Los que dejan al rey errar a sabiendas, merecen pena como traidores”.
Alfonso X. “El Sabio”…

¿De que trata la traición?. La historia de la humanidad está signada por marcadas cicatrices que dejan relucir su vulgar comportamiento. En las sombras de los palacios donde el poder se teje como una tela de la araña viuda, emerge la traición, no como un acto aislado, sino como un río subterráneo que socava las raíces de la confianza colectiva. Si comparamos al gobernante como un guía o pastor, que, en lugar de orientar al colectivo hacia pastos verdes, lo conduce sigilosa y silenciosamente al matadero, mientras susurra promesas de abundancia y prosperidad.

De todas, ¿cuál es la traición más destacada o la primordial? Sin duda, la de quienes juran lealtad al pueblo pero venden su destino en mercados ocultos, donde los ideales se truecan por alianzas efímeras con sombras ajenas. Es algo así como cuando el líder, envuelto en el manto de autoridad, promete justicia como un faro que alumbra en la tormenta, pero apaga su luz para favorecer a los lobos que merodean en la periferia de una nación herida y asediada.

Podemos comparar el pueblo con un vasto océano de esperanzas humildes, en consecuencia, se ve traicionado en cada promesa rota. Los gobernantes, actuando tal cual jardineros negligentes, dejan que la maleza de la corrupción invada el huerto del colectivo, mientras aprovechan el desorden del rio revuelto, y cosechan frutos maduros para organizar su propio festín. Nos viene a la memoria la metáfora del árbol genealógico: el tronco robusto del Estado, alimentado por el sudor de generaciones de seres. De algún modo es podado no para florecer, sino para que sus ramas se inclinen ante vientos foráneos. Así podemos ver como en países donde la soberanía es un eco distante, los mandatarios firman tratados que diluyen la esencia nacional, entregando ríos y minas como ofrendas a potencias distantes. Mientras, el pueblo, que siembra con manos callosas, cosecha solo espinas: inflación que devora salarios como un fuego voraz, servicios públicos que se evaporan como niebla al amanecer, y libertades que se marchitan bajo el peso de decretos arbitrarios. De esta manera, progresivamente la traición se convierte en un veneno lento y mortal, que contamina el pan nuestro de cada día, aprieta la garganta y ahoga los sueños de la gente en un mar de deudas impagables.

Entonces, paso a paso surge un giro brutalmente cruel, el espejismo del poder: los mismos arquitectos de esta decepción, acusan al pueblo de traidor. Tan similar a un cazador que, herido por su propia trampa, culpa a la presa que escapa, así, el gobernante da un giro e invierte el relato.

El disidente que alza la voz contra el saqueo es tirado a mampuesto y etiquetado con cualquier epíteto y más aún, calificado de “vendepatria”, un judas que besa la mejilla de la nación solo para clavarle el puñal.

Esta narrativa, es semejante al rey que, coronado con laureles falsos, declara herejes a los súbditos que cuestionan su trono tambaleante. Entonces, en plazas públicas, y ondas radiales, se teje la narrativa del complot externo: el pueblo, ese mosaico de rostros anónimos que clama por pan y dignidad, es pintado como un ejército de sombras financiado por enemigos invisibles. Sin duda es esto el colmo de la hipocresía. El traidor en el palacio, con manos manchadas de pactos secretos, señala al campesino en la calle como el verdadero desertor, desviando la mirada de sus propios espejos rotos.

En esta dualidad, la traición invertida, erosiona el tejido social como un ácido corrosivo que se derrama sobre pergamino antiguo. El pueblo, traicionado en su fe, se ve forzado a cargar con el estigma, mientras el poder se refugia en burbujas de propaganda que flotan como globos vacíos.

A todas luces, la lección es amarga, la verdadera traición no reside en las palabras del oprimido, sino en el silencio cómplice de quien lo debería proteger. Sin embargo, solo cuando el velo se rasgue, y el pastor revele sus colmillos, el vulgo podrá reclamar su sendero perdido. De este modo, en el vasto teatro de la historia, la traición no es solo un acto, sino un ciclo eterno que exige vigilancia perpetua. toribioazuaje@gmail.com

Un abrazo, desde este maltratado pedazo de la tierra.

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