El socialismo revolucionario llevado a su máxima expresión

Homar Garcés /

El socialismo revolucionario -llevado a una máxima expresión- tendrá que concretarse a través de la asociación libre de organizaciones populares, interesadas cada una de ellas en lograr su propia emancipación, pero fundamentalmente enfocadas en la emancipación de la explotación capitalista y de la alienación que la misma conlleva. El socialismo revolucionario está llamado, en consecuencia, a producir una multiplicidad de rupturas sociales, políticas, económicas y culturales de modo que pueda representar una opción real frente al predominio del sistema capitalista y del modelo político liberal burgués; aunque se pretenda enmarcarlo en una especie de populismo que poco o nada llegará a afectar las estructuras del orden imperante. La revolución socialista no es, ni debe ser, una revolución pasiva, seguidora de los cánones de la democracia burguesa liberal y limitada a una burocracia corporativizada y enquistada en todos los niveles del Estado.

El socialismo revolucionario podrá organizarse y expresarse por medio de distintos frentes y formas de lucha, dependiendo de las particularidades de cada país y del tipo de sistema que enfrenta, por lo que, en algunas circunstancias, será legal, semi-legal, clandestino o reivindicativo, conformando estructuras de carácter económico, cultural, político y político-militar; cuestión que debe apuntar a la elaboración y profundización de un proyecto de transformación al cual se sumen todos los sectores y movimientos opuestos a la dominación del capital, sin que por eso pierdan su esencia y sus autonomías organizativas. Requiere de una fuerza social organizada, que tenga la disposición moral y material de confrontar a los sectores y clases dominantes por el control del poder; por lo que requerirá, a su vez, de una estrategia definida que la conduzca a dicho propósito. Sin dicha estrategia, flexible en algún contexto, carecerá de vocación de poder, quedando limitada a convertirse en un factor político más que terminaría por diluirse en el escenario electoral (si participa en éste), sin mucha trascendencia. Por consiguiente, el socialismo revolucionario debe encarnar un proyecto de insurgencia global con que se puedan cambiar las relaciones de poder, las relaciones de producción y las relaciones sociales con que funciona el sistema-mundo contemporáneo.

Para el socialismo revolucionario, la realidad del trabajo no pagado, es decir, la explotación de la fuerza de trabajo, debe ser materia de estudio y de revelación entre los trabajadores en su lucha por sus legítimas reivindicaciones y por el cambio estructural que ello significa. Sin tal estudio y revelación, el socialismo revolucionario sería materia incomprensible y fantasiosa que apenas sabrán argumentar frente a la hegemonía tradicional de la lógica capitalista, sobre todo si se muestran incapaces de sustentarlo a través de su organización autónoma y de la participación directa en todo lo que respecta a la transformación estructural del tipo de sociedad en que viven.

El socialismo revolucionario -frente a las vicisitudes y la crisis estructural del capitalismo- sigue siendo la alternativa hegemónica históricamente viable. Según lo planteó Karl Marx, «la revolución es necesaria, por consiguiente, no solamente porque la clase dominante no puede ser derrocada de ninguna otra manera, sino además porque la clase que la derroque sólo en una revolución podrá sacudirse de toda la basura del pasado y volverse apta para fundar una sociedad nueva». Para ello es importante que la revolución socialista pueda lograrse mediante la comunión creadora de todos aquellos que participen en su organización y su desarrollo, al mismo tiempo que se propicia el descubrimiento crítico de las causas de la opresión que se pretende demoler. Esto implica, obviamente, trascender la visión individualista que ha moldeado en gran medida el carácter de cada persona, por lo que será necesaria una praxis liberadora que se manifieste en cada acto y en cada momento, de manera que exista una transformación objetiva de la situación opresora. A su vez, tendrá que haber una intersubjetividad efectiva entre bases militantes y quienes ocupen cargos de dirección, entre el pueblo organizado y las instituciones del Estado, lo que permitirá afianzar definitivamente la práctica y la vigencia constantes de la democracia participativa, consensual y protagónica en lugar de mantener los viejos esquemas de la democracia representativa, clasista y verticalista.

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