Derechos particulares de algunas minorías

Estamos en un mundo cada vez más contradictorio, entre otras cosas porque existen grupos humanos que presionan fuertemente para tratar de adaptarlo a sus deseos, necesidades y creencias, sin tomar en cuenta ningún otro factor. Y no es que los seres humanos, desde que se iniciaron sobre la tierra, no hayan actuado en este sentido, pero las acciones actuales son impulsadas por grupos muy reducidos, que al parecer pretenden poner a la sociedad toda en función de sus deseos y creencias, lo que puede ser peligroso para ésta y la humanidad en general. Y lo digo, aunque a algunos les suene exagerado y a otros una agresión hacia esos grupos que impulsan esos cambios de paradigma. Desde ya señalo, que no comparto ese culto a que por ser minorías tienen razón en lo que creen, sienten y propongan. Ser minoría no es una cualidad especial a la que debe permitírsele cualquier cosa, pues si no se hace se está siendo excluyente. Ése es un chantaje grosero e inaceptable.

El hombre desde siempre ha adaptado la naturaleza y la sociedad a sus necesidades, inicialmente las vitales de alimentación, abrigo, seguridad y procreación, para luego ir satisfaciendo otras. Pero estos cambios se han dado en función del interés de toda la sociedad y, en definitiva, podemos afirmar que han sido positivos, pues si no, no existirían hoy casi ocho mil millones de seres humanos en el planeta. En cambio, no lucen muy humanas ni racionales algunas de las exigencias que se hacen actualmente. La del derecho a la adopción, que hacen miembros de los grupos sexo diversos, es un ejemplo, pues la adopción debe estar en función del interés del niño y del adolecente sin padres. No parece tampoco muy humano ni racional, que las mujeres alquilen sus cuerpos, pues no es un problema sólo de sus vientres, para gestar un ser humano, propio o ajeno, que será entregado a terceros después del parto, según un contrato mercantil que pretende satisfacer el deseo de parejas que no pueden procrear biológicamente, sean éstas heterosexuales u homosexuales.

Aunque se trate de una práctica aceptada en parte de la sociedad occidental actual, en la que el dinero parece resolver todos los problemas y deseos de los ciudadanos que lo posean, es inconveniente, para no utilizar un calificativo más duro, que se firme un contrato comercial que le garantice al “comprador” su propiedad, sobre un ser vivo en desarrollo embrionario o fetal y sobre la mujer que lo gesta, casi siempre llevada a esta situación por necesidades económicas. Es una práctica contradictoria con valores y derechos humanos esenciales y universales, que deja pálida a la prostitución como explotación sexual de la mujer e, incluso, a la esclavitud sexual de ésta. Es además contradictoria a los deseos de distintos grupos, que hablan del derecho de la mujer a decidir sobre sus cuerpos, pues este derecho se hipoteca con el “alquiler de vientres”.

Nadie puede alegar que desea adoptar un niño, para que inmediatamente le entreguen uno como si se tratara de una mascota cualquiera. Existe el derecho a tener una educación de calidad, por lo que se debe tener profesores y maestros capaces y cumplidos. Existe el derecho a la salud y por lo tanto a disponer de médicos, enfermeros y técnicos, que nos atiendan y nos ayuden a mantenernos sanos o nos rescaten de las garras de las enfermedades y los accidentes. Se puede discutir si se crea el derecho a una muerte tranquila y sin sufrimientos, en los casos donde científicamente se haya demostrado no existir cura de la afección que se padece, ni alivio de los sufrimientos que genera sin producir otros mayores. O, incluso, el derecho de abortar en ciertos casos. Pero todos estos derechos, existentes o no, no afectan negativamente a la sociedad y, en muchos casos, son positivos para ésta. Los nuevos derechos que se llegaren a aprobar no deben conculcar derechos existentes, ni ser negativos en ninguna forma para la sociedad. De serlo, no sería ningún avance sino un lamentable retroceso.

Esta consideración es particularmente importante en el caso de nuestras etnias, que constituyen un 2 por ciento de nuestra población y están grandemente marginadas social, política y económicamente y continuamente maltratadas, pero cuyas necesarias reivindicaciones no deben poner en peligro la unidad nacional ni territorial de nuestro país.

LUIS FUENMAYOR TORO

 

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