¡El susodicho no es malo!


El artículo de la semana pasada fue objeto de comentarios elogiosos y de otras consideraciones que demuestran que el trabajo no ha sido en vano. Con la excepción de la “mínima diferencia”, expresión a la que me he referido en reiteradas ocasiones, lo de coctelera, cautelera y “manulio” fue algo nuevo, explicado de manera sencilla, y quizás por eso muchas personas se motivaron a leer y luego a expresar su satisfacción, dado que disiparon sus dudas.
Gestos como esos son los que me impulsan a seguir aportando elementos que contribuyan a un mejor uso del lenguaje escrito y oral. Más de veinte años en este oficio me han permitido, sin pretender erigirme en catedrático, aportar soluciones, siempre convencido de que solo soy un aficionado del buen decir.
Por esas y por otras razones, estimo prudente volver a decir que el nombre de las luces de los vehículos de emergencias, no es cocteleras, sino cauteleras, y que además el mecanismo para la conducción de bicicletas, motocicletas y otros medios de transporte similares, es manubrio, no “manulio”, como muchos dicen.
Cada vez que hago este tipo de señalaciones, tengo el cuidado de advertir que me baso generalmente en situaciones que son cotidianas en el habla de Venezuela, pues es el país en el que resido, y porque no conozco la de otras latitudes, más allá de lo que he leído en medios digitales y en redes sociales. Por eso no me atrevo a generalizar, aunque muchos amigos venezolanos residenciados en Chile me han comentado que en esa nación sureña, un alto porcentaje de la población, de diferentes estratos sociales, no hace buen uso del lenguaje que emplea, lo cual desdice de la naturaleza del chileno, que alardea de ser muy refinado.
Lo de que hablan mal, no me consta; pero de que son creídos, no tengo dudas, a juzgar por su costumbre de creerse superiores a los demás. Sobre eso no voy a ahondar, pues es “harina de otro costal”.
En Venezuela, no sé si en Chile u otro país de habla hispana, a la palabra susodicho se le da un significado que no tiene. Pero la cosa ha ido más allá, y es que hoy día muchas personas se eximen de usarla en comunicaciones formales, pues ha adquirido un carácter peyorativo que en el fondo no tiene. Es común y corriente que en tertulias y en conversiones cotidianas, cuando aluden a alguien, se apele al “susodicho” (con su correspondiente femenino) como eufemismo, con expresiones que son fácilmente entendidas por los contertulios: “¿Qué dijo el susodicho?”; “El susodicho no vendrá hoy, así que podemos estar tranquilos”; “La susodicha se ha ganado el desprecio de sus compañeros de labores”, etc.
Con esa y otras expresiones de la misma naturaleza, se alude a alguien, que por lo general no es visto con agrado, y he allí el carácter peyorativo al que me referí en el párrafo anterior, además de que posee una fuerte carga expresiva. Por esa razón, la mayoría de los redactores prefiere no emplear susodicho, por lo menos en textos formales. Sin dudas, es un recurso comunicativo; pero no se emplea de manera adecuada, y ha generado temor, aun en comunicadores sociales, escritores y educadores a quienes se los ha tenido como excelentes en el manejo de la escritura y de la expresión oral.
De acuerdo con lo que aparece en varios diccionarios y otros textos sobre asuntos lingüísticos, “susodicho es un adjetivo que se emplea con referencia a aquel o aquello que, en el marco de un discurso o de una enunciación, se mencionó previamente”.
Con estos ejemplos podrá quedar más claro el asunto: “Marc Anthony arribó al país para ofrecer cinco conciertos. El susodicho llega procedente de Estados Unidos, donde realizó una gira por varias ciudades”; “Con tres goles de Cristiano Ronaldo, Real Madrid derrotó a Valencia como visitante. La actuación del susodicho fue calificada como memorable por la prensa española”.
Como habrán podido notar, susodicho funge como recurso para evitar repeticiones innecesarias, que en los casos mostrados son Marc Anthony y Cristiano Ronaldo. De la forma como se lo usa en Venezuela, no constituye un enriquecimiento semántico del término, sino un vicio, un mal que ha hecho metástasis en muchas esferas de la sociedad, y que conviene conocer en función de utilizarlo adecuadamente. DAVID FIGUEROA DÍAZ

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