EL DIOS DE ESTE MUNDO CONTRA LA REVOLUCIÓN SOCIALISTA

Homar Garcés /

En términos reales, el mercado capitalista es el dios de este mundo. Indudablemente. Su dominio ya no es solo físico, como antaño, sino que también se extiende a las creencias y a las emociones de la gente, en la mayoría de las veces, de una manera inadvertida, causando la sensación de que su subordinación es parte de un destino común inevitable e irreversible. Según lo estudiara Erich Fromm, «el problema humano del capitalismo moderno puede formularse de la siguiente manera: El capitalismo moderno necesita hombres que cooperen mansamente y en gran número; que quieran consumir cada vez más; y cuyos gustos estén estandarizados y puedan modificarse y anticiparse fácilmente. Necesita hombres que se sientan libres e independientes, no sometidos a ninguna autoridad, principio o conciencia moral -dispuestos, empero, a que los manejen, a hacer lo que se espera de ellos, a encajar sin dificultades en la maquinaria social-; a los que se pueda guiar sin recurrir a la fuerza, conducir, sin líderes, impulsar sin finalidad alguna -excepto la de cumplir, apresurarse, funcionar, seguir adelante-. ¿Cuál es el resultado? El hombre moderno está enajenado de sí mismo, de sus semejantes y de la naturaleza. Se ha transformado en un artículo, experimenta sus fuerzas vitales como una inversión que debe producirle el máximo de beneficios posible en las condiciones imperantes en el mercado. Las relaciones humanas son esencialmente las de autómatas enajenados, en las que cada uno basa su seguridad en mantenerse cerca del rebaño y en no diferir en el pensamiento, el sentimiento o la acción». Se asume, por consiguiente, una personalidad consumista, enajenada y mercantilizada que se ajusta a la lógica y a los intereses del sistema-mundo capitalista; privando a cada individuo del disfrute de una verdadera libertad (aunque se crea y se propague lo contrario). Aquí vale agregar lo expuesto en «Sionismo cristiano: el principal instrumento ideológico del neoliberalismo en América Latina» por Jair de Souza al describir uno de los mecanismos eficaces utilizados por el capitalismo neoliberal para su expansión y consolidación: «Para su funcionamiento continuo, el neoliberalismo requiere una ideología que vea y transmita los intereses absolutos del capital como la expresión más legítima de la libertad humana. Su implementación sería imposible sin que al menos una porción significativa de la población se le sumara voluntariamente. No es casualidad que el neoliberalismo tenga como su término más apreciado la palabra LIBERTAD. Es libertad absoluta, sí, pero exclusivamente para quienes tienen el poder y la capacidad de disfrutarla, es decir, para los dueños del capital. En otras palabras, libertad para que los capitalistas puedan extraer hasta la última gota de sangre de las masas trabajadoras, pero nunca para que los trabajadores puedan organizarse y luchar para hacer valer sus propios intereses de clase». Esto explica por qué se ignoran las desigualdades sociales derivadas de las distintas medidas aplicadas por el neoliberalismo capitalista, atribuyendo su origen a la desidia de quienes las sufren, por lo que sería necesario que estos mismos se subordinaran incondicionalmente a sus dictados si aspiran a mejorar sus actuales condiciones de vida aunque ello signifique renunciar a sus derechos políticos, laborales y ciudadanos.

Bien lo determinó Karl Marx: «La moderna sociedad burguesa que se alza sobre las ruinas de la sociedad feudal no ha abolido los antagonismos de clase. No ha hecho más que crear nuevas clases, nuevas condiciones de opresión, nuevas modalidades de lucha, que han venido a sustituir a las antiguas». La inserción del pobre en la economía capitalista no le otorga a éste más que condiciones de desigualdad, de injusticia, de necesidades que apenas podrá cubrir, sacrificando su dignidad, su tiempo y su salud, sin poder exigir más derecho que el de poder trabajar aunque sea por un mísero salario, necesario para sobrevivir. Ello a pesar de los grandes avances técnicos y científicos de nuestra era. En «Hipercapitalismo y semiocapital», Franco «Bifo» Berardi nos explica que «la formación de plataformas digitales ha puesto en marcha sujetos productivos que no existían antes de la década de 1980: una mano de obra digital que no puede reconocerse a sí misma como sujeto social debido a su composición interna. Este capitalismo de plataforma funciona a dos niveles: una minoría de la mano de obra (que vive en Occidente) se dedica al diseño y comercialización de productos inmateriales. Cobran salarios elevados y se identifican con la empresa y los valores liberales. Por otro lado, un gran número de trabajadores dispersos geográficamente se dedican a tareas de mantenimiento, control, etiquetado, limpieza, etcétera. Trabajan en línea por salarios muy bajos y no tienen ningún tipo de representación sindical o política. Como mínimo, ni siquiera pueden considerarse trabajadores, porque esas modalidades de explotación no están reconocidas de ninguna manera y sus escasos salarios se pagan de forma invisible, a través de la red celular. Sin embargo, las condiciones de trabajo son, por lo general, brutales, sin horarios ni derechos de ningún tipo».

Innegablemente, el capitalismo sufre una crisis orgánica a nivel local y global que lo hace recurrir, ahora con mayor énfasis, al recurso de la guerra en una diversidad de modalidades. Hacer la guerra incluye ahora desatar campañas de desinformación, incremento unilateral de aranceles, ataques cibernéticos a instituciones y servicios públicos, uso de drones en tareas de bombardeos de infraestructuras esenciales, de vigilancia, de combate y de asesinatos selectivos, y la contratación de corporaciones militares privadas (mercenarios) que se desempeñen como tropas de combate en respaldo de las tropas oficiales. Las conocidas primaveras árabes (Túnez, Egipto, Libia y Marruecos) y las también conocidas revoluciones de colores (Ucrania, Georgia y Rumania), con sus protestas y disturbios; el desconocimiento de procesos electorales que favorezcan a candidatos contrarios a los intereses imperialistas o, de contar con parlamentos subordinados a los mismos, la destitución de presidentes mediante falsas acusaciones de hechos de corrupción administrativa y de violaciones de los derechos humanos; y el despliegue de tropas bajo la denominación de operativos humanitarios (con Haití como escenario recurrente de estos operativos), constituyen la gama de recursos a utilizar por Washington, desafiando el derecho internacional y la Carta fundamental de la Organización de las Naciones Unidas, de la cual Estados Unidos es miembro fundador.

Ante las nuevas realidades y relaciones fluctuantes creadas por el capitalismo moderno no se puede desechar la utilidad crítica del marxismo aunque se piense (como muchos lo han proclamado) que está desfasado y representa una opción carente de realismo y pragmatismo, acordes con los nuevos tiempos. Sometidos al albur de las coyunturas del mercado y a las múltiples innovaciones que se producen en los campos científicos y tecnológicos, reflejados en el uso cada día más frecuente de la informática y maquinarias de alta tecnología por parte de las empresas, los trabajadores están llamados a adquirir un mayor grado de conciencia clasista y de organización para entender y confrontar adecuadamente los múltiples desafíos impuestos por el capitalismo neoliberal a nivel local y global. En esta guerra asimétrica de intereses, con una economía «teologizada», además, que no admite ningún tipo de herejía salpicada de socialismo revolucionario, siguen siendo los trabajadores uno de los baluartes principales sobre los que debería sostenerse la lucha antistémica contra el orden burgués-capitalista, así los términos y las realidades del presente parezcan ser otros. En esta dinámica de cosas, no hay que descuidar la atención en relación con el dios de este mundo ni menos confiar que la revolución socialista podrá consolidarse únicamente mediante la participación y la victoria en elecciones periódicas.

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