Homar Garcés /
No es el voluntarismo político el elemento necesario para lograr la efectiva radicalización de la revolución socialista sino la revolución social (entiéndase, proletaria), del mismo modo como lo resumió Rosa Luxemburgo: «la dictadura del proletariado es la democracia socialista». Es la vía mediante la cual el proletariado (vale decir, todos los individuos y sectores explotados y segregados de la sociedad) pueda ejercer realmente el poder. Sus bases sociales de sustentación son las que harán posible siempre la existencia y la experiencia histórica de una democracia de nuevo tipo. No las capas burocráticas de un Estado o de un partido político omnipresente como expresiones deformadas de lo que representa una revolución de raíces socialistas. Por eso, aquellos que se erigen como líderes carismáticos de un proceso de cambios revolucionarios suelen confundir la confianza depositada por las masas en ellos con una especie de compensación que les permitirá elevarse por encima de ellas y adoptan la concepción narcisista, feudal y patrimonial del poder (tradicionalmente asumida en todo el mundo) que convierte al Estado en una extensión de su voluntad y de sus caprichos individuales.
En «La Revolución Rusa», la dirigente y teorica comunista Rosa Luxemburgo expresó: “Sin elecciones generales, sin una irrestricta libertad de prensa y reunión, sin una libre lucha de opiniones, la vida muere en toda institución pública, se torna una mera apariencia de vida, en la que solo queda la burocracia como elemento activo”. Es lo que ocurrió en la Unión Soviética que sólo conservó de revolucionario la idea de los soviets como organización primaria, pero que degeneró en un totalitarismo burocrático que hizo de aquella revolución germinal una experiencia fallida, sin que esto signifique obviar los ataques sufridos de los sectores zaristas, de las potencias imperialistas de Europa, de la Alemania nazi y, tras la Segunda Guerra Mundial, del imperialismo gringo para acabar con ella. Y toda su historia (igual que la de otras experiencias revolucionarias habidas en otras latitudes) debiera ilustrar la mente de aquellos que aún creemos y luchamos por una alternativa revolucionaria frente al sistema-mundo imperante. Debe servir para saber caracterizar adecuadamente todo aquello que se proclame de izquierda y revolucionario sin caer en el simplismo de que lo sea por el uso de símbolos, iconografía y léxico que así nos harían creer que así lo sean.
Un elemento a considerar es la igualdad, tan común en los discursos de la gente de derecha como de la izquierda. Sin embargo, ella es solo ficción mientras prevalezcan la propiedad privada de los grandes medios de producción, la asimetría social y los mandos burócratas. Un factor de importancia que ha dividido opiniones desde los tiempos de la Revolución Francesa, más aún en estos nuevos tiempos cuando se analiza cómo la Revolución Socialista China, en cuyo seno -desde los liderazgos de Mao Zedong y Deng Xiaoping hasta Xi Jinping- se perfila una coexistencia de comunismo y capitalismo que mantiene a unos y a otros a favor o en contra, pero que explica el ascenso creciente de la nación asiática al nivel de potencia mundial, rivalizando y superando a la potencia hegemónica de Estados Unidos; cuestión que, de algún modo, quiso implementar el Mariscal Josip Broz, Tito, en la extinta Yugoslavia. También Vladimir Illich Uliánov, Lenin, tuvo que lidiar con dicho asunto al implementar la Nueva Economía Política tras la devastación de la Guerra Civil Rusa, permitiendo cierta liberalización de carácter capitalista de la economía soviética. Los errores cometidos durante décadas en esta materia hicieron anticipar al Che Guevara en sus estudios sobre la economía política que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en algún momento, se hallaría insertada en el sistema capitalista; como efectivamente sucedió a finales del siglo anterior. Todo esto exige un análisis sistemático continuado y heterodoxo, de acuerdo a lo que es el contexto actual del mundo; con sus diversas variantes en los casos de los países donde se pretenda construir, de acuerdo a sus particularidades, un socialismo verdaderamente revolucionario.
La contrarrevolución -entendida de manera global y no únicamente local- tiene como uno de sus objetivos básicos sembrar en el ánimo de la gente un «terror paralizante», induciéndola a desconfiar en su capacidad para enfrentar el reto de ser libre y de ejercer la democracia y el control del Estado por su propia cuenta, sin intermediarios. Las divisiones culturales y políticas tendrían así un primer origen en semejantes prédicas apocalípticas, legitimadas posteriormente por la ideología eurocéntrica que tuvo en la ciencia moderna uno de sus sostenes principales al justificar la inferioridad y la superioridad de las «razas» y, con ello en mano, la sojuzgación y expoliación colonialistas de África, América y Asia. Esta es una cuestión que debe explicarse reiterada y minuciosamente a los sectores populares que serían, por razones obvias, los más interesados en conocer las causas reales de sus condiciones precarias de existencia. Lo que Karl Marx y Friedrich Engels, por una parte, y Pierre Joseph Proudhon y Mijaíl Bakunin, por otra, además de otros teóricos clásicos y contemporáneos de la Revolución, asumieron como tarea histórica para mostrarle a las masas las potencialidades de su conciencia y de su organización clasistas; lo que fue tempranamente combatido por los sectores conservadores, conscientes del grave peligro que se cierne sobre sus privilegios, posiciones e intereses. Hoy, estos mismos sectores tienden a actuar de un modo unificado, tanto interna como externamente, mientras los grupos revolucionarios y progresistas se aferran aún a las mismas visiones y polémicas que marcaron la actuación de sus antecesores en el pasado; facilitando con eso el libre manejo del poder por la derecha ultrareaccionaria. En este mundo que tiende a ser cada vez más dominado por la dictadura de las plataformas digitales, la Revolución sería entonces una especie de secta pagana que se enfrenta a una contrarrevolución y a una pseudo revolución, ambas convencionales, que poco harían en favor de la emancipación humana.