¿QUÉ TIPO DE REVOLUCIONARIOS NECESITA LA REVOLUCIÓN?

De una manera general, en las filas de los movimientos revolucionarios se acostumbra autoatribuirse, de una forma excluyente y exclusiva, la condición de revolucionarios. No habría, prácticamente, ninguno ajeno a tal hábitp hasta el punto de separar a quienes, por distintos motivos, se ubicarán en la acera de enfrente, a veces sin una convicción real y, menos, sustentada en argumentos válidos; como ocurriera durante el año terrible de 1814 cuando el Libertador Simón Bolívar emitiera el Decreto de Guerra a Muerte y así se definieran los dos bandos en pugna por la independencia de Venezuela. Esta práctica, lejos de contribuir a precisar el carácter revolucionario de cada quien en las filas de los movimientos y los partidos políticos revolucionarios, ha servido para estigmatizar y condenar al ostracismo a aquellos que, con argumentos sólidos en mano, cuestionan los procederes y la autoridad de quienes se hallan en las cúspides del poder; imponiéndose lo contrario a la pluralidad de las ideas y el ejercicio de la democracia, con lo cual se acercan demasiado a lo hecho por el fascismo en sus distintas variantes. Es como si hubiera a la disposición un barómetro con el que se pueda medir la esencia de revolucionarios de quienes se catalogan como tales, dependiendo de los intereses que persiguen y defienden.

Muchas veces se olvida que en toda revolución que pretenda ser un hecho histórico trascendental se producen confrontaciones objetivas que tienen una meta primordial, esto es, que conduzcan a los movimientos populares organizados al establecimiento de unas nuevas relaciones sociales, de producción y de poder con que se pueda trascender el capitalismo y el tipo de democracia hasta ahora vigentes. Y este hecho histórico no es uniforme aunque presente rasgos similares a los ocurridos en otras naciones y épocas, siendo algo singular, a pesar de enfrentarse a enemigos ideológicos similares. Mientras esto sea una cuestión secundaria, o poco entendida, entre aquellos que proclaman la revolución no habrá sino una simple pugna por el poder, tan igual como la protagonizada por los grupos conservadores tradicionales. En este escenario, la mejor forma de determinar quién es revolucionario sería saber cuál es su conducta, si es transparente o es proclive a la corrupción, si busca minimizar y eliminar la influencia del burocratismo o, por el contrario, sucumbe a ella, alejándose de lo que debiera ser el respeto a la soberanía popular; si solo se contenta con la puesta en marcha de reformas parciales que no afectan las estructuras políticas, económicas, sociales e ideológicas dominantes o se esfuerza por lograr su total transformación, como le corresponde hacer a toda revolución verdadera. En atención a todo esto, no se puede obviar la existencia de un liberalismo que, en apariencia democrático, se manifiesta de un modo totalitario, cuyo rasgo más visible es su voraz expansión imperialista y uniformadora de su modo de vida y de su cultura extendido al mundo entero, lo que ha logrado convencer a un gran número de personas sobre su inevitabilidad histórica al ser la única alternativa para la humanidad de ser libre.

En consecuencia, la premisa mayor de todo revolucionario que se precie de serlo tiene que ser la expansión de la capacidad inherente a toda persona de vivir y regenerar la vida armónicamente. Siendo así, tendría que ser una persona dispuesta a adquirir un tipo de conciencia totalmente diferente a la observada entre las clases dominantes, con acciones compatibles con su prédica. De nada valdrán las consignas y los discursos altisonantes si la praxis sigue siendo igual a aquella que se busca reemplazar, dejando postergada la democracia directa, participativa y protagónica mediante la cual se exprese en su totalidad creadora la soberanía popular. Es una paradoja totalmente cuestionable. Quizá por ello algunos “revolucionarios” tildan de “contrarrevolucionarios” a sus compañeros de ruta, sin entrar en un debate donde se expongan a la luz pública las razones de unos y otros, prefiriéndose en su lugar los conciliábulos a espaldas de las bases populares, ignorantes de las decisiones que allí se adoptan en su nombre. En tal sentido, vale recordar que algo similar fue una de las causas por las que se produjo la implosión de la Unión Soviética, ante la casi total indiferencia de su vasta población multiétnica. Por consiguiente, los revolucionarios que necesita la revolución no pueden ser copartícipes de estas conductas contrarrevolucionarias. En su lugar, deben ayudar a preparar las condiciones objetivas y subjetivas que servirán para construir un nuevo tipo de sociedad, a su emancipación integral y a su decolonialidad, lo que exigirá de su parte adentrarse en un proceso permanente de formación y de autoformación que cuestione todo lo que deba ser cuestionado en función de los objetivos fundamentales, sin permitirse el sectarismo, el estatismo ni la ortodoxia que, a fin de cuentas, resultan opuestas a la esencia revolucionaria. Los revolucionarios que necesita la revolución debieran examinarse a la luz de estos “pequeños” detalles y afrontar, en consecuencia, con decisión, el reto que éstos representan.

HOMAR GARCÉS

 

 

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