APARTHEID Y TERRORISMO DE ESTADO EN UNA TIERRA YA NO TAN SANTA

Al asumir nuevamente el cargo de primer ministro de Israel, durante su alocución en el parlamento, Benjamin Netanyahu expresó: “Garantizaremos la ventaja militar de Israel en la región mediante un empoderamiento incesante. La primera misión que los miembros aquí presentes piden a gritos, pero luego cancelan como si no fuera importante, es asegurarse de que Irán no nos aniquile con bombas nucleares”. Lo que va muy a tono con la convicción de los partidos políticos ultrarreligiosos y ultranacionalistas que forman parte de su coalición gubernamental, quienes -muy probablemente- llevarán a cabo acciones políticas, judiciales y militares que vulnerarán aún más los escasos derechos de los palestinos; acentuando la expansión colonialista israelita en los territorios ocupados, pertenecientes al pueblo de Palestina. ¿Qué consecuencias tendrá este nuevo gobierno de Netanyahu para la región de Medio Oriente y, en especial, para el pueblo de Palestina, a sabiendas de cómo fuera su gestión anterior y de los intereses geopolíticos defendidos por Estados Unidos en esta parte del mundo? Son algunas de las interrogantes que se hacen muchos analistas. Algunas de sus conclusiones son pesimistas, tomando en cuenta la escasez de atención de la mayoría de los gobiernos y de la ONU en relación con esta incómoda e intolerable situación.

Los palestinos -acosados y segregados por más de medio siglo ante la impavidez del mundo moderno- sufren sistemáticamente la demolición arbitraria de sus hogares, sin importar cuántos años hayan residido en ellos; el desplazamiento para que haya más asentamientos israelíes, y todo tipo de vejámenes, incluidos los arrestos de niños y los asesinatos a mansalva, con la intención de obligarlos a abandonar para siempre sus territorios ancestrales. Según lo señala Jonathan Cook, un escritor y periodista británico residenciado en Nazaret (Israel), «la indulgencia interminable de los partidarios del ente israelí en Occidente ha abierto el camino a un gobierno fascista que intenta ‘aniquilar’ a las comunidades palestinas». Algo que no amerita mucho análisis y muchas evidencias. La militarizada sociedad israelí no admite nada distinto a su ideología. A ello se une, cada día, la intolerancia religiosa, lo que contribuye a la configuración del Israel moderno, ensanchado a través de una política de ocupación territorial que tuvo su génesis en 1948 y empezara a consolidarse desde 1967. Así, en nombre del sufrimiento de los judíos en Europa, con el Holocausto por bandera, los ocupantes del territorio palestino se han dado a la tarea de aniquilar cualquier vestigio de la presencia palestina. En su nombre, como lo refiere Gilad Atzmon, saxofonista y escritor de origen judío, nacionalizado británico, se ha instituido una nueva religión: «Esta nueva religión judía predica la venganza. Muy bien podría ser la religión más siniestra […] ya que en nombre del sufrimiento de los judíos concede licencias para matar, arrasar, arrojar bombas nucleares, aniquilar, saquear, hacer limpieza étnica”. Cuestión que explica el comportamiento israelí y las atrocidades cometidas con total impunidad, sin castigo de ninguna especie impuesto por algún tribunal, sea civil o militar.

Ahora, ante una situación inesperada como lo fue la protesta sostenida en contra de la reforma judicial que quiso impulsar Netanyahu que, según algunos debilitaría al poder judicial de Israel, viéndose obligado a frenar tal propuesta; todo indica que serán los palestinos el chivo expiatorio para impedir la crisis del gobierno israelita. La masiva oposición que generó dicha propuesta, con meses de movilizaciones sin precedentes en el país y una huelga general que, el 27 de marzo de 2023, frenó las actividades en gran parte de Israel, tendría entonces un efecto hacia afuera. Como lo resalta un artículo de Democracy Now, «antes de tomar esta decisión, Netanyahu había despedido a su ministro de Defensa, Yoav Gallant, justamente por su propuesta de postergar la reforma judicial. Ahora, en una concesión a sus aliados de extrema derecha en el Gobierno, Netanyahu también acordó establecer una nueva guardia nacional bajo el control de Itamar Ben-Gvir, el ultranacionalista ministro de seguridad nacional, quien tuvo una condena judicial por incitación racista contra los palestinos y apoyo a un grupo terrorista».

El apartheid y el terrorismo de Estado (bajo la tutela de Netanyahu) continuarán acentuándose, haciendo más difícil la existencia del pueblo de Palestina, a pesar del apoyo que este recibe constantemente a nivel mundial y de las solicitudes y de los acuerdos formulados en el seno de la Organización de las Naciones Unidas para que cesen y se les permita a los palestinos su derecho a la autodeterminación. Lo que más ayuda a que todo esto continúe es la superstición religiosa difundida por quienes creen en la santidad de una tierra que dejó de ser santa, lo que explota el sionismo al acusar de antisemitismo a aquellos que se atreven a defender el derecho de vivir y de autodesvalorización de los palestinos, multiplicando sus acciones fundamentalistas a través de redes y medios de información; haciendo uso de la ideología del Holocausto. Sería hora de ver con claridad lo que acontece en la región de Oriente Medio y no dejarse sugestionar -por la paz del mundo- por el alegato «incuestionable” del estamento sionista, difundido por la industria ideológica a su servicio, de ser el pueblo “elegido» de Dios, por lo que todos los crímenes y todos los atropellos cometidos (contemplados en la Convención para la prevención y la sanción del delito de genocidio de la Organización de las Naciones Unidas) quedan exceptuados y no deben ser, por consiguiente, censurados ni juzgados según los criterios humanos.

HOMAR GARCÉS

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