Conciliación o retaliación

“Es mejor una política de conciliación, que una política de enfrentamientos”. Quien así se expresó fue Isócrates, filósofo ateniense y defensor de los principios democráticos. Elogiaba la conciliación, alegando que esta permitió a la humanidad apartarse de la vida salvaje, crear leyes, artes y ciudades. De ella se nutre la democracia, por el contrario, el discurso de guerra, que promueve la violencia, empleado por políticos y militares envenena a niños, jóvenes y adultos.

Como se aprecia, hace siglos, se habló de la disyuntiva entre el uso del poder blando y el poder duro. Si se prefiere, entre la diplomacia y la guerra. En las condiciones en las que se encontraba Atenas por la pérdida de valores en su democracia, de quiebra económica, de postración política, la ciudad era incapaz de obtener algún bien mediante el uso de las armas. Esto misma pasa hoy en Venezuela, donde se vive una situación paupérrima y quiénes gobiernan parecieran alimentarse de belicismo porque eso es lo que exudan por la piel.

En su obra Nicocles, decía Isócrates: “los pueblos pueden extraer beneficios tangibles de una prudente actividad diplomática. Es mejor, dejar fluir las voces de la gente que frenarlas. Esto garantiza la libertad de expresión a quienes tienen buen juicio, para que cuando tengas duda, cuentes con amigos que te ayuden a decidir».

Escuchando al ciudadano común y corriente, el gobernante puede estar más enterado acerca de lo que piensa el pueblo. A los gobernantes de todos los tiempos les escribió Isócrates: “rodéate de los más sabios de entre tus conciudadanos y, cuando esto no sea posible, busca a los hombres más sabios en otras ciudades. Deberías oír a los poetas y aprender de los eruditos de manera que puedas enriquecer tu mente para juzgar a los que son inferiores a ti y para emular a los que son superiores a ti. De esta manera, te convertirás rápidamente en el hombre que nosotros suponemos que es el adecuado para desempeñar correctamente los deberes y para gobernar el Estado como debe ser”.

Al preguntarle al filósofo: ¿en qué consistía no el buen gobierno, sino el buen gobernante? Este respondió: “serás un buen líder si no permites que la multitud cometa atropellos, pero tampoco que los sufra. También debes estar atento a que los mejores de entre el pueblo sean objeto de honores, y cuida de que los demás hombres no resientan ultrajes a sus derechos”. Un buen gobernante, amante de la libertad de expresión debe velar por el bien colectivo y estar bien formado intelectualmente, debido a que, los errores de las personas comunes y corrientes pueden pasar inadvertidos, pero no los de un mandatario.

El secreto del buen gobernante radica en no mostrar su autoridad a través de la fuerza. Gobernar un Estado, es saber gobernar las propias pasiones. Por eso Isócrates le dijo a Nicocles: «gobierna más firmemente tus deseos que como ejerces el poder sobre tu pueblo. Procede de tal manera que el pueblo hable con admiración de tu sabiduría más que de tus defectos”.

La prudencia fue tomada desde un principio como una virtud política y el abuso en el ejercicio del poder era castigado, no solamente por las leyes, sino también por la sanción moral de los ciudadanos. Un régimen democrático debe ser construido con base en la discusión de las ideas por medios pacíficos, como escribió Montesquieu: “la democracia es el reino de la virtud que no necesita preámbulo alguno de carácter revolucionario para construirse. Lo que la forja es el ejercicio cotidiano de la participación ciudadana”.

NOEL ÁLVAREZ
Noelalvarez10@gmail.com

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