Como cosa de abogados, he venido observando, tal como lo hicimos en el artículo de hace dos semanas atrás, relacionado con el Derecho a la Pereza, y en este mismo orden analizaremos un poco lo relacionado con el título referido a esta semana, es decir; la mentira.
Comenzaremos por establecer que como valor humano, la mentira es más propia del campo axiológico que del mismo derecho en sí; empero, la profundidad de su marco incluso constitucional, hace necesario esbozar dichas ideas en este contexto.
La referencia a la Carta Magna y el Derecho a la Mentira, deviene en primer lugar del principio que establece que nadie está obligado a declarar en su contra, aún cuando la verdad de los hechos lo señalen como culpable; aún cuando considere que lo favorezca. Esto es, la facultad de poder decir que como imputado en una causa penal o in extremis una civil, de no querer declarar acogiéndose al precepto constitucional del ordinal 5 del artículo 49 vigente, brinda esa oportunidad de generar oscuridad dentro del proceso. Con ello se garantiza la posibilidad de que en casos donde no haya ningún otro medio probatorio distinto al dicho de la víctima o del imputado, pues no habrá contención y será muy difícil aplicar una pena a alguien que como victimario haya violentado el derecho del otro. Aquí la Justicia se viste de gala y ante este mecanismo impera la Ley. Existe excepción a este principio en materia de Violencia contra la Mujer (y no de género, como muchos erróneamente piensan) y en materia de Niños, Niñas y Adolescentes. Empero, aún así, es harto complicado enfrentar la mentira a la verdad, de allí que lo axiológico se imponga con su penalidad moral y ética.
Por otra parte, en la aplicación de la tesis del Derecho Penal del Enemigo (donde el Derecho vigente puede ser aplicado conforme a intereses del poder político), evidentemente la cultura del Derecho a la mentira se hace más latente; quizás ya no con su sustancia constitucional, pero si por el peso de ese interés personal del poder político, vrg. Caso de PDVSAGATE. Las formas en que la mentira ha venido ganando espacios, ya no solo en ese mundo de los valores éticos o del Derecho mismo, se desborda en una jauría de intereses por un cargo o por una determinada corriente política. Cada quien dentro de sus convicciones, pasa a ejercer dominio en relación a ese principio goebbelsiano que enmarca a la mentira repetida mil veces la hace verdad. Cualquier parecido con la realidad histórica es pura coincidencia diría el lector, sin embargo, no es un secreto que todo se ha convertido en una mentira copiosa en la política. Por una parte el gobierno ya no explica ni da razones sobre el problema de la luz, gasolina, servicios públicos, sanciones, economía ni nada; de hecho lo que suelen manifestar son argumentos por no decir mentiras que ya tienen más de mil veces repetidas. Igualmente ocurre con el bando de los opositores; en su mayoría mienten y se unen a escandalosas situaciones donde entre las mentiras dichas y sus actos, afloran sus niveles de corrupción engalanados en grandes ganancias para sus bolsillos, como las reiteradas mentiras que se tejen en el G4, que ya debe ir por el G10 o más, sentados en una suerte de reuniones de turismo de lujo por todo el mundo sin que nada solucionen ni nada hagan por la crisis política existente. De manera que por allí estamos perdiendo una ingente batalla histórica a través de ese Derecho a la mentira, donde todos son inocentes hasta que se demuestre lo contrario; y aún y cuando demostrado, si es enchufado, amigo, estandarte o protegido por la unción de aceites divinos del poder, pues nada les pasará. Si eso no es una mentira, pues que más puede serlo. Y lo peor, es que los tenemos como barajitas repetidas optando por cargos públicos, desde la presidencia de la República hasta un simple concejal buenos para nada.
La molestia que irrita este sarcasmo de la inoperancia y estulticia es sin parangón alguno. Ni nexflix podría crear una historia similar con toda y su maquinaria cinematográfica, por qué aquí pasa de todo como en TNT. Ya no invitaron más a Danny Glober ni menos a Oliver Stone para reinventar historias que fortifiquen no solo un guion de un film fantástico, sino que con sus declaraciones y entrevistas dejar ver esas maravillas que dicen observar en el desarrollo de las políticas sociales del Estado revolucionario. Valdría la pena haber escuchado que habría dicho García Márquez o el mismo Neruda sobre este Derecho a la Mentira; lamentablemente ambos bardos ya están muertos. De seguro es muy probable que hasta estén de acuerdo con Vargas Llosa, aunque los dos primeros hayan sido de izquierda y el último de derecha, pues todos han sido premios Nobel de Literatura. Algo en común que si tienen. Quizás el más cercano a dejarnos una razón al Derecho a la Mentira sería el realismo mágico del escritor colombiano y con mayor precisión en su aquilatada obra “El Otoño del Patriarca”; ojalá esa no sea la conclusión a la mentira del poder.
Rafael García González