Esta semana tocaremos un tema que a ratos nuestras redes sociales vienen tratando con suficiente repercusión informativa, cuál es, las relaciones de amor y la pareja.
Nuestro título hace símil, y lo tomamos prestado sin permiso, de un reciente libro apenas leído, del autor Checo-Frances Milan Kundera, titulado “LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL SER”; obra ésta de características novelesca pero con una profunda inclinación filosófica.
En ella, precisamente el autor enfrenta de manera magistral los aspectos de las relaciones de pareja, dentro del contexto de cuatro personas vinculadas entre sí, y que dentro de cada una de ellas subyace esa forma inequívoca de la visión del amor en pareja.
Las vicisitudes contenidas en el día a día de una época ubicada en los años ‘60, en plena guerra fría, y donde la persecución hacia el pensamiento comunista era enfrentado a las ideologías contrarias; se hacen presentes en los dilemas de sus personajes de manera íntima. El sentir de ese ir y venir en una suerte de retorno sin fin del que hablaba Nietzsche, hace crear un paralelismo necesario con su tendencia a lo existencial.
Más allá de ello, la insoportable levedad del amor, como hemos decidido denominar nuestro artículo, la consideramos en el actual desarraigo en el que los adelantos y las necesidades han transformado primeramente a la familia y sus integrantes.
Nos hemos vuelto fríos y desarraigados al contacto humano, poco aportamos a la lealtad de la pareja y la mayoría de nosotros los hombres llevamos en nuestra cuesta, algo de Tomas, el personaje principal de la obra de Kundera. Hombre cuya visión del matrimonio no suponía su renuncia a las demás mujeres y entendía que eso no era ético ni moral, más sin embargo seguía siendo infiel.
En ese contexto más que de machismo, la visión de un problema social del amor de pareja, se ve dibujado en nuestras conductas de la mayoría de nosotros los hombres.
No es solamente una actitud, es a veces una suerte de estatus social que deviene de modelos familiares que han concebido estos patrones. No en balde, más allá de psicólogos, escritores y poetas han intentado hallar en esos comportamientos, una suerte del
“macho vernáculo”, que demuestra su hombría a punta de irresponsabilidad.
Esta insoportable levedad del amor, transforma en absurdo un mundo de contrastes, en donde por otra parte, muchas de nuestras mujeres se fijan un cometido poco ético también, traducido en ser las “mamitas” bellas operadas o no, con físicos esculturales, pero en mente solo buscar la superación a través del modelo actual del hombre exitoso con dinero fácil o no; el ideal del valor dinero ha condicionado exquisitamente el sabor del placer.
En esta encrucijada de visiones de la vanidad y egos materiales, el amor huye a las espaldas de todos, pero que pasa a considerarse poco necesario.
Las consecuencias las vemos en el desarrollo de esta generación que se levanta entre música vacía de amor, pero llena de sexo casual y del prototipo de lo fácil. Se hace presente entre una juventud que distingue entre drogas y marcas del mercado; sumidos en una élite de poder material colectivo. Todos quieren parecerse a sus ídolos, pero ninguno busca su identidad propia.
En esos derroteros caminan nuestros senderos del amor, como sonámbulo o muerto en vida al estilo de walking dead.
El panorama de la levedad con la que se ve al sentimiento hoy en día, induce a reflexionar sobre la insoportable manera de no aceptar que muera. Quizás Kundera supo explicar dicha fórmula a través del mejor personaje de la obra, el perro Kerenin, quien al final hizo entender a Tomas y Tereza la importancia de lo que ese animal siempre les enseñó y que aprendieron cuando murió. Allí, en esa eterna manera como un perro puede darnos ese amor incondicional, aprenderemos a mirar que son seres cuya existencia no es solo su compañía, sino esa inmensa filosofía de su estructura íntegra a dar amor.
La insoportable levedad del amor, debe tomar en cuenta el eterno peso del amor de Dios dado a través de esos animales.
Rafael García González
