Esta semana se nos ocurre acudir a estos dos conceptos de valor humano, sobre todo por las consecuencias que produce en cada persona, una situación de cada tipo; más aún en conglomerados de población que permanecen en el tiempo.
La pérdida, mirada en su esencia es precisamente que ya no tenemos algo que teníamos. Puede ser material o sentimental como el amor o un ser querido.
Las pérdidas materiales suelen llevar a las personas, a una pérdida sentimental.
El agobiante mundo del consumismo en el que día a día nos enfrentamos, nos lleva a esa suerte de ruleta apostando por una suerte que no llega. Estas necesidades subconscientes que nos llevan a necesidades reales pero sugeridas, son el caldo de cultivo para que afloren esos sentimientos de desasosiego, desesperanza, carisma y fuerza de voluntad para aguantar.
Las crisis económicas que conllevan a altos niveles de inflación y su consecuente iliquidez o falta de dinero circulante, propician en la población, esa sensación del otro concepto citado como lo es el abandono.
Una sociedad abandonada precisamente a esa suerte que no llega, busca transformarse ante la pérdida de un mejor vivir. Sin embargo, ese abandono puede generar soledad y tristeza, las cuales aturden los sentidos de las conexiones necesarias para vibrar en armonía.
Se rompe allí con esa fuerza de voluntad para cambiar el destino de la lucha personal en pos de los cambios necesarios.
Es allí donde proliferan las expresiones de fe, en cualquiera de sus vertientes religiosas o del pensamiento meta filosófico.
Abundan en esto formas de expxresion entre el poder y la fe, siempre marcados por los designios del deber ser. Esto es, no puede haber una vertiente de paz y bienestar si no se es constante en esa fe y en la palabra de los argumentos de una religión. De suyo, estás religiones conocidas en nuestro país, en su mayoría hablan de la formación y principios partiendo de la palabra de Dios: y esta palabra es orden, respeto, obediencia, sacrificio y trabajo entre otros aspectos; por lo que no puede verse a un mandatario haciendo votos hacia una respetable religión y luego hacer o plantear desorden ante la Ley. Eso no es consono ni con lo que se dice ni con lo que se hace.
En este marco de circunstancias, aflora el abandono a las ideas de quienes dejan de tener credibilidad, hay un despojo de la verdad y de la fe y sucumbe entonces en la pérdida de esa afinidad entre el deseo de la gente y de quienes gobiernan.
Esto es históricamente cierto, desde tiempos inmemorables, pasando por la edad media hemos visto pasajes, donde se ha querido presentar a un mandatario uniéndose a Dios, so pena de mantener su poder y luego han fallado; y no es precisamente Dios quien los abandona, es el efecto de la pérdida de esa conexión necesaria con la energía de una masa que espera que ese mandatario actúe en rigor al orden, al trabajo, al esfuerzo y ha mejorar a su pueblo. Pero si, como hemos visto, ese mandatario no lo hace; pues es sencillamente la ejecutoria de lo que en algún momento se juró y precisamente Dios lo demanda ante el incumplimiento.
Toda palabra lleva una carga y una potencia en ese Dios en el que se funda, por ello, el juramento ante él trae consecuencias unidas a la pérdida y al abandono; y el caso de un gobernante, pues sencillamente perderá su poder y quedará relevado al abandono de ese pueblo que alguna vez le dio su confianza.
Rafael García González