Desde el conuco/ ALEGRES SERES DEL CONUCO

TORIBIO AZUAJE/

* “Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo”.

Julio Cortazar…

Está amorosa gente del conuco llegaron muy temprano en la mañana, venían de Sabaneta, Estado Barinas. Así, con los primeros rayos del sol de compañero, se aparecieron tres mosqueteros amigos, Rafael Ángel Gil, Gregorio Herrera y Luis Monsalve. Ellos habían estado amagando con acercarse por acá hace varios meses, finalmente encontraron el día. Trajeron sus alforjas repletas de alegrías acumuladas, tras sus años de vida campesina.

Apenas llegaron y los relatos comenzaron a salir solitos, como si hubieran estado allí agazapados, esperando el día indicado para salir al encuentro de la realidad que los abraza.

Los saludos se entrecruzan de lado a lado y las caras de la alegría campesina dan cuenta de una naciente amistad sustentada en las experiencias de una vida campesina bien vivida. Se siente la presencia de unas almas inmensas, llenas de virtudes y de esperanzas de seguir en la lucha.

Es muy grato escuchar los relatos que nos dibuja la vida campesina  del siglo pasado, aquellos cuentos nos hacen recordar tradiciones ya desaparecidas de la práctica diaria. Sin embargo en el alma de estos campesinos curtidos por el sol y la lluvia, en este rudo trabajo del campo, se asoman las muestras de una vida construida en valores éticos y morales que nos hacen entender que la naturaleza siempre está esperando por nosotros.

Estos amigos nos dieron una clase magistral de vida campesina, de conuco con “K”, como bien dicen ellos,  de solidaridad, amistad, y una humildad suprema. Así nos fuimos adentrando en una conversa interminable en la que desfilaban los recuerdos de una vida conuquera ancestral.

Cuenta Gregorio Herrera, que en sus tiempos de mozo allá en Arismendi, su pueblo natal, se acostumbraba emprender en familia, una visita que se prolongaba por varios días a las casas de los vecinos del caserío, incorporándose durante ese tiempo a las labores cotidianas de la familia que los recibía, sin interrumpir  para nada la jornada diaria. De esa manera se intercambian saberes, aprendizajes y culturas que iban de familia en familia  y de generación en generación, construyendo fuertes lazos de solidaridad y reencuentro, que mostraban una fortaleza única de las familias que tuvieron la dicha de gozar de esos hermosos y lejanos tiempos. Aquellas prácticas ancestrales fueron formando la estirpe campesina que aún se resiste a morir a causa del mortal ataque de la modernidad y las nuevas tecnologías que han construido un mundo groseramente efímero y extraño, que nos aleja cada vez más de la naturaleza madre.

Aquel encuentro se hizo muy corto para tantos temas y experiencias vividas. Así son los momentos de quienes sienten a la naturaleza como su compañera y entienden que en esta vida atosigante de hoy debemos abrir espacio para el reencuentro natural de quienes sienten que el centro de la vida no es el hombre, sino, la naturaleza.

Fue un día que estuvo más allá de un estrechar de manos, fue un hermoso encuentro  NATURACENTRISTA, teniendo a mis matas de café agroecológico como testigo. Nos despedimos bajo la promesa de siempre: Ni una gota de veneno más para la tierra.

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