David Figueroa Díaz /
Es encomiable que los seres humanos se preocupen por aprender algo nuevo cada día, pues eso hace posible que puedan tener éxito en las acciones que emprendan, siempre y cuando se preocupen de verdad por aprender y no para aparentar. En todos los órdenes de la vida hay personas que han entendido que nunca se termina de aprender y, en tal sentido, están en la búsqueda constante de nuevos conocimientos, que al ponerlos en práctica, logran lo que se proponen; pero hay otros cuya intención es aparecer como grandes poseedores de ciertos y determinados asuntos; pero por lo general no pasan de ser sabihondos, sabidillos, sabelotodo o espontáneos en lo que pretenden dictar cátedra.
Es difícil e incómodo hablar de uno mismo; pero cuando lo hago, recalco que no soy catedrático del idioma español, pues solo soy un aficionado del buen decir, con un manejo relativo del aspecto gramatical y lingüístico; con muchas posibilidades de nutrirme de conocimientos, toda vez que soy de los que estamos convencidos de que siempre hay y habrá ocasiones para adquirir nuevos conocimientos.
A veces he sido duro en las críticas, sobre todo en los casos de periodistas y educadores, pues su oficio les impone la obligación moral de tener un nivel de preparación superior al del común de sus semejantes, sin que ello signifique erudición; pero si se llegase a alcanzar ese nivel, sería lo ideal. Basta con darle importancia a la profesión que se ejerce, dado que un educador es un formador, orientador de los procesos de enseñanza y aprendizaje; pero si no está consciente de eso, el alcance de su labor ductora sería limitado.
No tengo nada en contra de los educadores, pues en ocasiones me ha tocado ejercer la docencia. Es justo reconocer que hay educadores muy preparados, muy cultos y con una excelente y admirable pedagogía; pero hay otros a los que difícilmente se les pueda incluir en ese selecto grupo, porque su nivel es bajo y no está acorde con la función que les toca cumplir, que es enseñar y formar. Hay educadores que desde que recibieron el título que los acredita como tales (poco después de la llegada del hombre a la Luna), no se han preocupado por realizar estudios de mejoramiento, y si no mejoran, no podrán tener éxito en su desempeño.
A muchos les podrá parecer una exageración; pero que conozco profesores que no saben escribir su nombre, y no es su nombre lo que solo ignoran, sino otros asuntos elementales que se estudian en la primaria, en la secundaria y se repasan en la universidad, como la gramática y la ortografía. Esa deficiencia es la que no les permite distinguir entre esta y está; este y esté, además de que ignoran el uso de los signos de puntuación, que son fundamentales para que lo que se escriba tenga sentido. Solo por adivinación podrá ser entendido lo que quisieron expresar, y mientras haya educadores con esas falencias, es imposible que los educandos puedan adquirir un manejo relativo de la expresión escrita y la oral.
En el caso de los periodistas la situación es muy parecida, dado que un comunicador social es un educador a distancia. En este aspecto hablo con mayor propiedad por mi condición de comunicador social y con algunos conocimientos de gramática y lingüística, los cuales me permiten hacer observaciones, en función de que los profesionales de esta disciplina hagan buen uso del lenguaje escrito y oral.
Y así como hay docentes con las deficiencias antes nombradas, también hay periodistas, muchos de las antiguas promociones y otros tantos de las nuevas, que no han querido entender que los medios de comunicación social ejercen un inmenso poder inductivo, lo que conlleva implícita la noción de que todo lo que en ellos se diga o se escriba, mal o bien, tenderá a arraigarse en el vocabulario del común de la gente. Es preferible que esa bondad que ofrecen los medios de difusión masiva no se use de una manera muy libérrima, pues el resultado podría ser igualmente provechoso que dañino.
A todas esas, reitero que mi intención no es ofender ni menospreciar a los docentes ni a mis colegas periodistas. Solo los exhorto a que se convenzan de que, aunque tengan muchos años de experiencia, siempre habrá oportunidad de aprender algo nuevo. Deben entender que el lenguaje escrito y oral es su herramienta básica de trabajo, y por lo tanto, deben esmerarse por usarlo de la mejor manera. ¡Que no les pase como un profesor de historia que se autodenomina historiador y filósofo; pero tiene una ortografía de un niño de cuarto grado de primaria o quizás más abajo!