Vivimos en un mundo en donde habitualmente clasificamos a las personas según su proceder, su ejecutar, su situación o su estatus social; por su fortaleza o debilidad, teniendo más peso lo negativo que lo positivo; pero, en muchas ocasiones la categorización negativa, la hacemos de manera tan inmisericorde y con tamaña ignominia, que ayudamos a marcar a alguien para siempre y hasta parte de su entorno también.
Si vemos a alguien de quien nos han dicho que es ladrón, es muy probable que de una vez le llamemos ladrón; igualmente pasa con el borracho, con el drogadicto, y con quien refleje algo de qué hablar. Muy poco escuchamos algo positivo de alguien que ande “herido del pecado”, no entendiendo nosotros, que muchas veces el que pasa por esa circunstancia anda golpeado, vacío, con una gran carga; pero que también puede andar buscando cambiar o que lo vean de otra manera.
Por nuestra forma de actuar ante estos casos, es que Dios siempre está atento para ofrecer una identidad, un nuevo nombre con propósito, que a su tiempo selle un rompimiento con el pasado y trasborde hacia un nuevo comienzo.
Hoy en nuestras Reflexiones en Familia, vamos a compartir ustedes y nosotros una poderosa porción de la palabra inspirada por Dios, que inscrita en el Salmo 51, versículo 10 de la versión Reina-Valera 1960, dice: «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí».
Queridos hermanos y amigos, uno de los versículos más poderosos registrados en la Biblia es el 10 del Salmo 51; ahí el rey David manifiesta arrepentimiento por sus pecados y clama a Dios para que le renueve un espíritu recto dentro de él; pero, después de crearle un corazón limpio.
Este versículo está en el tenor de cuando David cometió adulterio con Betsabé, la esposa de Urías, a la que hizo pasar por viuda para poder casarse con ella; pero, cuando un profeta llamado Natán lo encaró por lo que había hecho, este se arrepintió grandemente y expresó su contrición a través de ese hermoso cántico.
Amados, en el corazón está el nacimiento de nuestro accionar y de nuestras decisiones. ¿Creen ustedes que con un corazón lleno de impurezas y maldades, podemos hacer lo correcto y agradar a Dios?
Dios “concede” a aquellos que responden a su llamado y Él, de acuerdo con su voluntad, siempre va a llamarnos para hacer lo bueno y lo mejor; por lo tanto, tener un corazón limpio es importante para mantener una relación con Dios, ya que un corazón inmundo nos separa de la verdad y puede llevarnos a lastimar y hundir aun más, a un hermano caído.
¡El cambio comienza en nuestro corazón, convirtiendo sombras en luz!
«Y no vivan ya como vive todo el mundo. Al contrario, cambien de manera de ser y de pensar. Así podrán saber qué es lo que Dios quiere, es decir, todo lo que es bueno, agradable y perfecto». Romanos 12:2 (TLA).
Tal como el rey David, debemos anhelar con humildad tener un corazón limpio para agradar al Señor; pero para ello, en primer lugar debemos reconocer que somos pecadores y en segundo lugar, permitamos que el Espíritu Santo escudriñe en lo más recóndito de nuestro corazón para que sane toda herida, purifique toda contaminación, quite todo miedo, toda altivez, toda amargura, resentimientos y contiendas, para ser restaurados y transformados en Cristo. ¡El Señor nunca nos rechazará!
Queridos amigos y hermanos, si hoy te consigues o te hablan de un hombre que está siendo destruido por su pecado, clama a Dios para que con sus fuerzas y tu fe, ese hombre pueda salir del mal camino a que el mundo lleno de influencias negativas lo ha llevado. Pídele a Dios en la intimidad, que buenos pensamientos fluyan de tu mente para que buenas palabras salgan de tus labios, y que cada paso que des marque con hechos, el testimonio vivo de un corazón limpio y renueve un espíritu recto dentro de ti.
«Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti» Salmos 51:13 (R-V 1960).
¡Bendiciones infinitas para todos!

