¿HAY LIBREPENSADORES REVOLUCIONARIOS EN VENEZUELA?

Homar Garcés /

En la concepción de Antonio Gramsci, los intelectuales «orgánicos» de la revolución proletaria son los llamados a la tarea de crear imágenes, ideas y proyectos movilizadores, lo mismo que contribuir al logro de la hegemonía ideológica en la nueva sociedad socialista (o comunista, para escándalo de los anticomunistas que, incluso, se hacen ver como revolucionarios) en ciernes; en oposición a los encasillados intelectuales «tradicionales», defensores del orden patronal, oligárquico y católico establecido, quienes son, adicionalmente, remunerados por las minorías dominantes con fama, influencia, cargos burocráticos y dinero. En el primer nivel, ubicamos al Comandante Ernesto Che Guevara, el cual, desde las entrañas de la Revolución Cubana, hizo críticas importantes de las categorías y los conceptos fundamentales del socialismo revolucionario instalado en la extinta Unión Soviética, contenidos en el Manual elaborado por la Academia de Ciencias de aquel vasto grupo de naciones euroasiáticas; anticipando mediante sus análisis la vuelta al capitalismo de Rusia, como efectivamente ocurrió treinta años después de emitir sus conclusiones, cosa que nunca lo impulsó a renegar de su formación teórico-ideológica marxista-leninista. Si seguimos este hilo conductor en relación con los intelectuales «orgánicos» de la revolución socialista, nos daremos cuenta de la importancia de sus aportes, algunos amargos y bastante críticos, pero sumamente necesarios si compartimos la vieja aspiración de la emancipación humana y no la satisfacción particular de usufructuar el poder.

En Venezuela parece que hubiera cierta reticencia (sobre todo, de aquellos que no acostumbran leer nada profundo) hacia quien podría merecer el calificativo de intelectual dentro del chavismo, a excepción de aquellos que han tenido la suerte de ser reconocidos públicamente por Hugo Chávez en su momento y por Nicolás Maduro ahora. Acá cabe citar a François Houtart para quien «los intelectuales, si no son comprometidos, no son creíbles; pero si no son críticos, no son útiles»; cuestión que le cuesta digerir mucho a la clase gobernante y apenas osa argumentar, como una verdad incuestionable, que la teoría (es decir, el pensamiento o las ideas) debe acompañarse con la práctica, como si la labor intelectual fuera algo insustancial e irrelevante que debe limitarse a compartir las loas diarias que profieren muchos de sus acólitos. El mismo Chávez, tan afecto a los llamados a la crítica y a la autocrítica en sus intervenciones públicas, cayó aparentemente en una contradicción al refutar lo expuesto en un seminario celebrado el 2 y 3 de junio de 2009 en Caracas, organizado por el Centro Internacional Miranda. En esa ocasión, expresó: «Hiperliderazgo mío. Yo les respeto su opinión, pero vengan a discutirlo con el pueblo. ¿Dónde está mi hiperliderazgo? (…) Yo creo que estoy haciendo el papel que me corresponde, y más bien creo que, en algunos temas, debería meterme más». Esto sirvió de acicate para que muchos chavistas emprendieran ataques contra los «intelectuales». Luego el presidente hizo una rectificación, pero no incidió mucho en el cambio de actitud de una gran porción de chavistas. El discurso canonizado choca generalmente con la gestión y la conducta de quienes ejercen cargos de dirección en los diferentes niveles de gobierno y del Partido Socialista Unido de Venezuela; cosa que abordan el presidente Maduro y el vicepresidente del PSUV Diosdado Cabello en alguna que otra coyuntura, como en el presente con la celebración de unos nuevos comicios y la convocatoria a discutir la reforma de la Constitución de 1999.

Por eso la pregunta es pertinente y hasta provocadora: ¿Existen verdaderos librepensadores revolucionarios en Venezuela? Podrá afirmarse que sí, dada la inmensa cantidad de escritos publicados en una gran diversidad de medios, básicamente digitales. Algo similar podrá decirse respecto a la edición de libros que, de una u otra manera, abordan temas de actualidad en cuanto a la realidad venezolana y el proyecto de cambios junto con Hugo Chávez Frías. En varios se nota la superficialidad que se asume para exponer la complejidad de dichos temas, quedando la impresión de ser mero material jaculatorio o de propaganda, en el caso de quienes se proclaman chavistas y respaldan la gestión del presidente Nicolás Maduro, obteniendo, incluso, reconocimientos oficiales que los afaman; o simple expresión de resentimiento, en el caso de aquellos que disienten frontalmente del chavismo en su etapa actual. Son contados los ejemplos de aquellos que escriben desde una posición crítica, incluso con planteamientos serios con que apuntalar el curso de los cambios revolucionarios promovidos desde la aprobación popular de la Constitución, pero éstos, a pesar de tener razón, son cuestionados sin argumentos sólidos por quienes se sienten afectados por sus puntos de vista o porque, sencillamente, perciben que los mismos no aceptarán dócilmente su aparente liderazgo. En todos los casos, es importante resaltar la necesidad de expresar cada quien su opinión, sin más restricciones que las establecidas por las leyes que sancionan toda manifestación de odio y de discriminación en nuestro país.

Frente a la consolidación del nazismo, Joseph Roth, escritor alemán, en carta dirigida a Stefan Zweig en 1933, le escribió lo siguiente: «Los bárbaros están al mando. No te engañes a ti mismo. Es el reinado del infierno… Hay que escribir, aunque nos demos cuenta de que la palabra impresa ya no puede mejorar nada». Una actitud similar es la que cabe esperar entre las personas que asumen la transmisión y el debate real de ideas como una cuestión vital para la convivencia, la heterogeneidad y la pluralidad inherentes a la vigencia de la democracia; en especial, cuando ésta es una exigencia ineludible para la construcción de una propuesta transformadora de esencia socialista revolucionaria. Es una contradicción que, en las circunstancias presentes, cuando es aún mayor la misión de asentar la vitalidad política e ideológica de la Revolución Bolivariana, se pretenda coartar la libre expresión de las ideas (o del pensamiento), de una manera semejante a la aplicada por los sectores hegemonistas para evitar cualquier cuestionamiento que erosione sus intereses (tipo Estados Unidos bajo la administración cavernícola de Trump). Ya no es solamente Venezuela que requiere librepensadores revolucionarios, es el mundo entero, puesto que los grandes centros de poder mundiales buscan conservar y expandir el dominio ejercido y una de las cosas que pueden impedir dicho propósito es la divulgación y la diversidad de las ideas emancipatorias; sin dejarse atrapar por el miedo, ni por la anomia, ni por la estandarización, ni por el dogmatismo, sea cual sea su excusa.

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