ALDO ROJAS PADILLA /
En el umbral de la cuarta revolución industrial, marcada por la expansión digital, se ha gestado un cambio profundo en la percepción que las nuevas generaciones tienen sobre la educación formal y el éxito profesional. Los jóvenes de hoy, particularmente los pertenecientes a la Generación Z, manifiestan un creciente desinterés por las carreras universitarias tradicionales, y se inclinan, en cambio, hacia modelos alternativos de realización personal y económica. Entre estos destaca la figura del influencer, que se ha erigido como un referente potente y novedoso.
Diversos estudios de campo reflejan esta transformación sociocultural. Un informe de The Harris Poll para Influencer Marketing Hub (2023) revela que un notable 72 % de los adolescentes estadounidenses consideran la carrera de influencer como una opción viable; casi la mitad de ellos la prefiere frente a la educación universitaria tradicional, atraídos por la independencia financiera, la flexibilidad creativa y la autonomía que ofrece esta trayectoria digital. En España, el Ministerio de Educación y Formación Profesional ha detectado que el 80 % del profesorado observa cómo los influencers se han convertido en modelos aspiracionales para los jóvenes, desplazando en gran medida el valor que antes se atribuía a la formación académica.
El caso de Venezuela es particularmente elocuente: estudios recientes señalan una reducción de entre el 30 y el 40 % en la matrícula universitaria. Esta caída se atribuye a la percepción de que la oferta educativa convencional no responde a las expectativas ni a los intereses de la juventud actual, la cual prefiere modalidades de formación más rápidas o proyectos de autoaprendizaje en línea, según un estudio de 2024 del Observatorio de Empleabilidad y Procesos Formativos de la Universidad Católica Andrés Bello.
En contextos similares, como el de México, la figura del influencer no solo representa una alternativa económica, sino también una plataforma para la expresión social, el activismo y la construcción de comunidad, satisfaciendo necesidades emocionales y sociales que el sistema educativo formal a menudo no provee, de acuerdo con el portal de orientación vocacional Oriéntate.
Esta tendencia también se refleja en el Cono Sur. En Argentina, reportes publicados entre 2023 y 2025 por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) han hallado que el 51 % de la Generación Z considera innecesario obtener un título universitario para alcanzar el éxito profesional. Esta cifra sintetiza la crisis de legitimidad que atraviesa la educación universitaria frente a los nuevos paradigmas laborales y sociales. La incertidumbre sobre el futuro laboral, la velocidad de los cambios tecnológicos y el surgimiento de nuevas formas de consumo cultural contribuyen a esta migración hacia formas no institucionales de éxito y a la búsqueda de un reconocimiento rápido y mediático.
Desde una perspectiva sociológica, este desplazamiento no puede interpretarse únicamente como un rechazo al estudio; es un síntoma de una transformación en el significado social del trabajo y del éxito. Las redes sociales han creado espacios donde los jóvenes construyen identidades, validan sus proyectos vitales y acceden a formas de capital simbólico y económico que no dependen exclusivamente del sistema tradicional. La influencia de los referentes digitales redefine la noción de prestigio y movilidad social, desplazando en distintos sentidos la autoridad académica.
Por lo tanto, la pregunta que deberíamos plantearnos no es solo por qué los jóvenes prefieren ser influencers en lugar de estudiar, sino cómo pueden las instituciones educativas y sociales adaptarse para recuperar relevancia y ofrecer trayectorias compatibles con las expectativas de sentido, autonomía y realización que ahora dominan la imaginación juvenil. La educación no debe ser solo un trámite para ingresar al mercado laboral, sino una experiencia formativa capaz de inspirar creatividad, flexibilidad y compromiso con las necesidades reales de las nuevas generaciones.
En definitiva, la preferencia por la figura del influencer representa un desafío y una oportunidad: repensar los modelos educativos, reconocer y dialogar con las nuevas formas de construcción de identidad y éxito profesional, y diseñar estrategias inclusivas que valoren la diversidad de caminos hacia la realización personal y social. No se trata de elegir entre aulas o pantallas, sino de construir espacios donde aprender vuelva a tener sentido.

