El primer día del mes de agosto no se trabaja en el campo, eso decía mi padre. Mi viejo que era devoto de San Antonio y cuidadoso de las creencias mágico-religiosas nos recordaba esa fecha como un día «aciago» en que no se debía trabajar pues se corría el riesgo de un accidente lamentable. Ante está aseveración, rápidamente nuestra mente recorría como en una película la posibilidad de una herida de machete, una mordida de serpiente, una caída estrepitosa, una rama de un árbol que pueda desprenderse, algo podría pasar en un día signado por la fecha en que se dice que por envidia Caín dió cuenta de la vida de su hermano Abel. Como no se sabe la hora exacta de ese mítico suceso, cualquier hora podía desencadenar en una desgracia. Así son las creencias de nuestros antepasados y nuestros viejos tan profundamente creyentes y respetuosos con esos detalles que marcan la cultura campesina pincelada por las creencias mágico-religiosas que recorren los campos de esta Venezuela indomable.
De tardecita Dimas se acercó hasta la casa para avisar que no podía asistir a ayudarme a la limpia por ser el día siguiente Uno de agosto. Rápido como un celaje se pasó por mi mente la figura y el verbo de Papá con sus permanentes advertencias y consejos que nos entregaba en cada palabra pronunciada.
Los cuentos e historias de accidentes ocurridos en esa fecha llenaban los temas de conversa en las tardes en que se sentaban los mayores a contar sus anécdotas y relatos mientras nosotros los muchachos de entonces escuchábamos sin ocultar asombro al oír los diversos relatos finamente hilvanados en un tono inolvidable del dialecto campesino que se queda en nosotros como marca país.
El compadre Venancio nos recuerda como si fuera ayer que estando en tiempos de «rosadura» en el barbecho, un día Uno de agosto su vecino y amigo del caserío quien haciendo caso omiso a la advertencia por poco pierde la vida al propinarse de manera imprevista un machetazo certero cuando intentaba cortar una rama de árbol que yacía en el suelo luego de la borrasca de anoche, extrañamente el machete se enredó en un bejuco que cambio el rumbo de la filosa herramienta clavándosela en su propia carne, el machete finamente espalmado en piedra que daba un filo de hojilla fue a parar a la base del cráneo causándole una herida bulliciosa de sangre, de no ser por la ayuda de Venancio el vecino no la estaría contando. El señor Juan Alfonzo salió rodando por un desfiladero con un saco de jojotos que llevaba de regreso a su casa donde debió ser atendido por el viejo Arcadio el sobandero, quien con pericia amalgamada por los años, logró acomodarle el hueso partido untandole un preparado de raíces remojadas en mantecas y dándole a beber unas gotas de aguardiente con culebra bachaquera de un litro que hace años cuelga de la pared al lado del altar de los santos, por siempre el brazo de Juan Alfonzo lleva la marca de no haberce percatado que el día Uno de agosto no es permitido trabajar en el campo. Un hijo de Ciriaco falleció en ese día cuando un árbol se desplomó al piso y una rama lo atropelló en su caída libre.
Son muchos los cuentos de trágicos sucesos asociados al descuido de trabajar un día en que según las tradiciones religiosas está prohibido laborar, este día nos quedamos en casa mirando las gallinas pastear y escarbar comejenes en el patio, el día lo pasámos saboreando a ratos humeantes tazas de bolón para auyentar el frío que nos traen las lluvias de agosto.
Bien vale descansar este dia, hay muchos más para entregarnos al trabajo que nunca acaba en estos campos que nos vieron nacer y nos verán recontrarnos de nuevo con nuestros antepasados hechos cenizas.
TORIBIO AZUAJE