Desde que se confirmó el triunfo del nuevo presidente de Colombia, Gustavo Petro, se viene hablando de una agenda según la cual se normalicen las relaciones entre ambos países. Se menciona, en primer termino, la idea de abrir puerta franca en ambo sentidos, hecho que supongo no dejara de elevar alguna preocupación a la nueva administración colombiana sabiendo, como es lógico entender, deben estar al tanto, de que el flujo migratorio es acentuado en el sentido de San Antonio del Táchira hacia Cúcuta.
No se trata de pretender crear alarmas fantasiosas, sino que la verdad resulta imposible de ocultar, si partimos del hecho cierto de que la crisis venezolana se va agudizando diariamente. Esa catástrofe se pone de manifiesto en la carencia de servicios elementales, que van desde la ausencia de luz eléctrica, de agua potable, de alimentos y medicinas, hasta del combustible que cuesta conseguir, paradójicamente, en un país petrolero como Venezuela.
El novel presidente Petro ha dicho que “hay que privilegiar las relaciones comerciales entre ambos países”. Me pregunto cómo se las arreglarán los comerciantes y empresarios venezolanos para poder competir, de tú a tú, con sus pares colombianos, partiendo de la situación de Venezuela en donde no hay estabilidad política y se sufre o se adolece de una inseguridad jurídica creciente. Cómo intercambiaran productos los ganaderos y agricultores venezolanos que no saben a como amanecerá el cambio entre unos bolívares devaluados con un fortalecido peso colombiano. ¡Así es muy difícil competir!
La verdad es que resulta nada fácil avizorar soluciones a los conflictos políticos entre ambos países, si no hay una voluntad definida para superar y despejar esas zonas nebulosas en las que se pretenden seguir ocultando hechos insólitos, como el que da cuenta de que en territorio venezolano se esconden grupos delincuenciales perseguidos por su nexos con el narcotráfico.
Por lo antes dicho no serán suficientes los fuegos artificiales encendidos para anunciar los acuerdos diplomáticos. Porque mas allá de esos acartonados actos protocolares está el rojo de la sangre derramada que tiñe de dolor al actual panorama binacional.
MITZY C. DE LEDEZMA