Entre el maíz y el cronista

El sábado el país verde, digo por lo agrícola, se volvió a sentir. Días atrás, un ponderado dirigente del sector había dicho en una asamblea con el ministro Wilmar Castro, que ya los agricultores no peleaban por precio, pero López Contreras profetizaba que Venezuela era como un cuero seco, que si lo pisaban por un lado, se levantaba por el otro, y la triste realidad desvanecía las palabras de ese presidente de gremio.

A la altura de los silos de la Flecha en la Autopista José Antonio Páez, tractores, vehículos y sudor portugueseño, al igual que en Guárico y otras partes del país se reunieron en asamblea para levantar su voz de protesta, reclamando un precio justo para el maíz amarillo y blanco de 0.50 dólar por kilo, cuando la empresa Polar había anunciado que lo pagaría a 0.36 que no cubre los costos de producción. Esta vez le pedían al gobierno que interviniera para regular esa materia, ante la situación provocada por el mismo régimen, al permitir excesivas importaciones del grano, a pesar del anuncio del año maicero y del aumento de la frontera agrícola, nada comparada con hace diez años, pero indudablemente, un esfuerzo por mejorar de los maiceros.

Las licencias de importación son competencia en este caso del Ministerio de Alimentación y se permitieron hasta hace poco, lo que hizo que Empresas Polar trajera todo el maíz posible para asegurar su producción nacional. Ello pasa donde las políticas públicas no tienen un centro direccional sino, varios caciques y pocos indios, que toman decisiones sin tomar en cuenta, por lo que se ve en este conflicto, en el Ministerio de Agricultura. Por un lado, gritan auge y por el otro lado, los negociados impiden el desarrollo de alguna línea de trabajo acertada. Ahora vuelve un dilema que se creía desaparecido, la agroindustria contra los productores, donde el régimen es solicitado con premura ante la inminente cosecha, como el salvador de la patria. Lo que impera es un diálogo directo entre ambos sectores, para evitar que se le agüe la esperanza a quienes creían que había llegado el renacer.

El gobierno tiene al país en ebullición. Por más que intenta adelantar la Navidad, anuncie pago de aguinaldos sin que se vea de dónde va a sacar tanto dinero, y un posible aumento salarial, el inicio de clases ante la justa amenaza de los trabajadores de la docencia, la permanencia en las calles de los héroes de la salud, de los jubilados y pensionados, el creciente malestar por los pésimos servicios públicos y el proceso inflacionario que golpea al ciudadano de a pie, es el caldo de cultivo para un último trimestre del 22, preocupante para un Maduro que parece elevarse, aunque a lo interno del PSUV, la procesión sea de antorchas, cuchillo y guillotina.

EL CRONISTA DE GUANARITO

De verdad que la decisión de la Cámara Municipal con un reglamento hecho a la medida para impedir que uno de los hijos más ilustres de ese pueblo, Yorman Tovar, ocupase esa honrosa posición de ser el albacea de la historia, no fue del agrado popular. Fue mezquino el hecho, porque las credenciales del poeta, el permanente hurgar en la historia pequeña, en el alma popular de sus habitantes, de esos que sin título universitario o puesto político, conforman la esencia de la condición de ese gentilicio llanero, son suficientes.

No hay hecho histórico de antes y contemporáneo, no hay mujer que no haya protagonizado con su amor y con sus manos, pasajes de ese terrenal hermano del curso fluvial que lo demarca, que no lo haya recreado con su pluma excepcional, el humorista, el campeón de la glosa, el crítico de la injusticia, el maestro de la palabra, ese valor nacional portugueseño.

Creo que Solís Daza, amigo nuestro, ha patinado deplorablemente con el reglamento. Y no es un impedimento no residir en el sitio donde se nació, simplemente porque su lugar de trabajo no es Guanarito, pero de lo que se tiene muy claro es que el corazón y el cerebro de ese bardo están clavados en la llanura que comienza a la mitad del puente sobre el Guanare.

El primer cronista de Guanarito, Jeremías Pinto Sulbarán, vivía en Acarigua. El de Ospino, David Herrera residía en Acarigua. Y el respetado Mimilo, Carlos Emilio Muñoz Oraá, era profesor de la Universidad de los Andes, y fue el primer cronista oficial de Guanare. Un poco de conocimiento en esa materia, nos evitaría darle paso a la mezquindad y al sectarismo.

IVÁN COLMENARES 

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