El cerebro y la llamada ideología de género

Escribo sobre un tema que desata pasiones y que desenmascara la forma de ser de muchos que se presentan como plurales, demócratas y respetuosos de las opiniones ajenas, pero que saltan como hienas cuando les tocan este tema de la manera que consideran inconveniente. No hablo de nada extraño, ni miento. Hemos asistido a situaciones donde las discusiones sobre esta materia se tornan agrias y muy ofensivas y peligrosas contra quienes difieren de las verdades absolutas e irrebatibles de sus defensores. Pero, como nunca renunciaré a mi derecho de opinar, lo haré en forma descarnada, aunque pidan para mí la prisión por supuestamente promover un discurso de odio contra las víctimas imaginarias de mis desafueros. Se comportan como el gobierno cuando le rebaten sus posiciones y le critican sus acciones. ¿Serán una avanzada de éste en el camino de seguir manteniendo un estado de confusión total, que impida cualquier fórmula exitosa que lo pueda enfrentar?
Como he dicho muchas veces, mis maestras me enseñaron que en los seres vivos existían dos sexos: macho y hembra, algo que además era perfectamente visible y notorio para cualquiera, mientras que las palabras y las cosas tenían género, también dos: masculino y femenino. Supongo que el “progreso de cierta ciencia” llevó en algún momento a prescindir de esta básica enseñanza, para pasar entonces a considerar que los géneros también eran atribuibles a las personas, que se construían socio-culturalmente, sin tener necesariamente relación con el sexo y que al parecer eran innumerables e imposibles de definir antes de su aparición, pues dependen de lo que la gente perciba de sí misma, de sus sensaciones. De ahí, que luego de varias siglas que pretenden representar esta variedad infinita e indeterminada, se coloque uno o varios signos más (+) para lo que pueda aparecer. La confusión generada es de marca mayor.
La terca realidad es que los sexos son dos y están determinados por la biología, concretamente la genética, que actúa a través de glándulas, hormonas y neurotransmisores, para generar determinadas características de los aparatos genitourinarios de varones y hembras, así como morfologías corporales distintas, todo lo cual está conformado en principio en atención a las funciones reproductoras de la especie, lo que no significa que la actividad sexual sólo responda a este mandato natural. Es el mecanismo principal hallado por la naturaleza durante millones de años de evolución, para la conservación exitosa de las distintas especies. Los ya famosos géneros expresados en las siglas LGBTIQ+, relacionados con las preferencias sexuales, son como la quinta sinfonía de Beethoven: variaciones de un mismo tema.
En todos los seres vivos, el entorno influye en forma importante en su desarrollo y presiona cambios, que luego pueden ser compartidos por otros seres de la misma especie. En los humanos esto es particularmente evidente con el ambiente sociocultural donde se desenvuelven. Pero estas influencias se expresan a través de un órgano particular que goza de una gran plasticidad: el cerebro humano. En una discusión reciente, alguien me dijo que “quizás esto último que señalé era cierto un poco en el caso de la psiquiatría, pero no de la psicología”, un disparate enorme creo impulsado por las emociones derivadas de la discusión del tema que tratábamos. No hay psicología ni psiquiatría sin cerebro humano. Las sensaciones, las percepciones, incluida la auto percepción; los razonamientos, las emociones, la capacidad de abstracción, el lenguaje, el placer, son posibles porque tenemos cerebros complejos capaces de todas esas importantísimas funciones.
Que una mujer se sienta mujer, pero sea atraída sexualmente por otras mujeres y no por los hombres es una cuestión de origen cerebral, independientemente que su causalidad se haya iniciado por cambios hormonales. Esas hormonas han actuado a través del cerebro. No hay otra forma, a menos que se piense que existe un espacio fuera de nuestros cuerpos donde se originan y desarrollan esos procesos. No se ama con los testículos ni con los ovarios o las suprarrenales, ni siquiera con el corazón, sino con el cerebro. Y esto no es ser biologicista. Ser biologicista es no aceptar que el ambiente puede modificar profundamente el funcionamiento de los seres vivos.

LUIS FUENMAYOR TORO

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