Toribio Azuaje /
***»Los hombres construimos demasiados muros y no suficientes puentes”.
Isaac Newton…
A la entrada de Biscucuy, estado Portuguesa, en la vía que nos trae desde Guanare hacia este hermoso pueblo que hace apenas un día cumplió 246 años de fundado, en el sector El Bongo, el puente que una vez representó la conexión y la esperanza de una comunidad, ha caído en la oscuridad de la noche, dejando a sus habitantes sumidos en el aislamiento. Este colapso no solo es físico, sino también representa una metáfora de un país que se hunde, sumergiendo a sus ciudadanos en un mar de incomunicación y desesperanza.
Construido hace unas diez décadas, en los primeros años de desarrollo como pueblo, el puente de El Bongo fue un pilar fundamental para la vida de Biscucuy. Durante años, fue testigo del paso de generaciones que lo cruzaban a diario, uniendo familias, facilitando el comercio y siendo un testigo mudo del progreso. Por allí se desplazaron muchos jóvenes que acudían a las universidades del país a formarse para luego regresar a entregar su aporte intelectual en la consolidación del pueblo en crecimiento que somos hoy. Durante mucho, pero mucho tiempo este puente no recibió el mantenimiento necesario, nunca le dieron el cariño requerido, apenas una pintadita en tiempo de elecciones, convirtiéndose así en un símbolo de la desidia y el abandono gubernamental.
Este descuido ocurre en casi toda la infraestructura vial en el territorio nacional. Cuando nos desplazamos por cualquier carretera, podemos ver esta realidad. Esto no es reciente, es histórico, nuestros gobernantes poco han hecho para dar la atención necesaria a esta infraestructura. Muchos de estos puentes fueron construidos durante la época en que nos gobernaba Marcos Pérez Jiménez o tal vez antes.
La noche del colapso fue especialmente oscura y fría. Bajo la luz tenue de la luna, bajo la lluvia pertinaz y copiosa, los habitantes de Biscucuy observaron con impotencia y miedo como el puente se desmoronaba, llevándose consigo parte de nuestra historia reciente, la última semblanza de unión y conectividad. La caída del puente dejó a la comunidad incomunicada, desarticulada y separada. Las lágrimas de los residentes se mezclaron con la lluvia, creando un cuadro desolador de brazos cruzados en silencio, esperando un amanecer que parece no llegar.
El colapso de este puente no es solo un evento aislado; es el reflejo del estado actual del país. Cien años de abandono. La infraestructura descuidada, la falta de recursos y la indiferencia política han dejado a una nación entera tambaleándose al borde del colapso. Cada puente caído, cada carretera en mal estado y cada servicio público ineficiente son metáforas de un sistema que le ha fallado a sus ciudadanos. Esto no es cosa reciente, el descuido ha sido una práctica recurrente e histórica.
A pesar de la devastación, la comunidad de Biscucuy se levanta en un acto de resiliencia. Los vecinos deben unirse para buscar soluciones, demostrando que, aunque el puente físico haya caído, el puente humano de solidaridad y esperanza aún se mantiene fuerte. En la oscuridad de la noche, las luces de las casas se encienden como estrellas, prometiendo que, juntos, podrán construir el amanecer necesario.
La caída del puente en El Bongo es un recordatorio doloroso de la realidad que enfrenta Venezuela. Son muchas décadas de descuido y abandono, de indiferencia blanca, verde o roja. Sin embargo, también es una llamada a la acción, un desafío para que sus ciudadanos y líderes trabajen juntos para reconstruir no solo los puentes físicos, sino también los puentes de confianza y esperanza en todo el país. toribioazuaje@gmail.com