Orgullosamente humilde

     En días pasados, un amigo parafraseó que estaba orgulloso de su humildad, ya que siempre entregaba «ayudas de comida» a personas de bajos recursos.

     Hablar de nuestra humildad, para unos podría ser considerado como un acto de orgullo; para otros, el concepto de humildad podría estar deformado ante los ojos de este mundo, ya que la humildad pudiera ser considerada como una debilidad o equivalente a pobreza; pero al contrario de estos reconocimientos terrenales, podemos expresar que humildad es sinónimo de calidad de persona; y en estas Reflexiones en Familia, compartiremos una maravillosa porción de la palabra, que en Isaías capítulo 2, verso 17, dice: «La altivez del hombre será abatida, y la soberbia de los hombres será humillada; y solo Jehová será exaltado en aquel día».

     La Biblia usa diferentes palabras para hablar de orgullo, tales como arrogancia, altivez, jactancia, pretensión o vanagloria. Todas apuntan a un corazón desobediente, que pretende la honra para sí mismo y no para Dios; el corazón orgulloso no quiere someterse ni rendirse ante nada ni nadie. ¡El orgullo es un pecado que Dios detesta!

     Algunas publicaciones definen la humildad, como contraparte del orgullo y como una virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades, y en obrar de acuerdo con ese conocimiento; otras registran que humildad es la actitud de la persona que no presume de sus logros, que reconoce sus fracasos e insuficiencias, y que actúa sin orgullo.

    La Biblia, nuestro manual de conocimientos, nos enseña que  la humildad se refiere a ser entendido sobre quién es Dios y quiénes somos nosotros, llevándonos esto a reconocer la obra de Dios en nuestras vidas; de igual manera, la humildad en los cristianos debe impulsarnos siempre a vivir en obediencia a Dios, así como a someternos bajo su perfecta voluntad.

     Filipenses capítulo 2, versos 3 al 8, nos dice: «Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a Él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz».

     Este es el mejor ejemplo, el ejemplo de Jesús, y en esta parte de la Palabra se nos exhorta a tener similar actitud a Él; actitud que reconoce su condición ante el Dios Padre, contrastada a la falsedad o vanidad, siempre reconociendo las limitantes de lo que somos o no somos capaces de hacer.

¡Si queremos un ejemplo de humildad, Jesús es nuestro mejor ejemplo!

     Hermano, no importa qué tan grande y bonita sea tu casa, cuántos títulos tengas, qué modelo sea tu automóvil, cuánto dinero poseas, cuántos seguidores tengas en tus redes, lo bien que predicas; ser humilde es lo de más valor del ser humano. La humildad no es compatible con la jactancia, la soberbia o la hipocresía. Quien tiene humildad en su corazón, va a estar disponible siempre para servir al prójimo; pero quien lo tiene lleno de soberbia, estará esperando que le sirvan; y hay más, quien lo tiene lleno de hipocresía, siempre va a estar esperando es a que lo vean servir, y hasta hará tocar trompetas para anunciarlo.

     Y tú, mi amigo, la exaltación más grande es la que viene de Dios, no la que otorga o se consigue en el mundo. Quien tenga un corazón humilde como el de Jesús, puede tener la certeza de que el premio que recibirá por parte de Dios será maravilloso, y es por ello mi querido amigo, que solo tú decides de qué quieres tener lleno tu corazón. Quien tenga un corazón henchido de humildad, siempre es agradecido y entre otras cosas, ama, escucha, respeta y no duda en reconocer que ha errado, así como tampoco se jacta de las bendiciones de Dios en su vida; pero quien abra su corazón a la altivez, a la soberbia o a creerse superior, cualquiera de estas le puede ocasionar inconvenientes o situaciones desagradables.

     En estos tiempos debemos ser multiplicadores de la humildad, ya que la soberbia, la altivez, la falsedad, entre otras tantas patrañas del enemigo, se están apoderando de espacios dentro de muchas familias, dentro de escuelas, congregaciones y de cualquier terreno, y no es secreto para nadie; tu aptitud va a ser la que sostenga o acabe con las pretensiones del enemigo de querer ganar terreno y seguir perturbando al pueblo de Dios.

     Así que, finalmente queridos hermanos y amigos, Jesucristo nos hace el llamado a ser humildes como base para cumplir el gran mandato de amarnos unos a otros como Él nos ha amado; nos llama a ser humildes para no creernos que estamos por encima de los demás y mucho menos de Dios. Nos llama a ser humildes para entender que servir al prójimo es un mandato. 

«Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». Mateo 23:12.

¡Bendiciones infinitas para todos!

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