Que las parejas heterosexuales deseen y tengan hijos es una cuestión totalmente lógica y natural, tanto biológica como social, y además de excepcional interés para la humanidad, pues significa, nada menos que su permanencia como especie sobre el globo terráqueo. No en balde, a través de la historia la sociedad le ha prestado especial atención a las uniones heterosexuales, lo que sería absurdo calificar como excluyente de las parejas homosexuales, cuya unión no está destinada en forma natural a perpetuar la especie, sino sólo a satisfacer deseos personales. Tampoco discrimina a los heterosexuales que no quieran o no puedan tener descendencia. A la mujer embarazada también se le atiende con preferencia, lo que no discrimina a las no embarazadas ni a los hombres.
Es entonces lógico que las sociedades, en la medida en que se desarrollan, adopten instrumentos de distinto tipo, legales entre otros, para prepararse de la mejor manera posible para recibir en su seno a sus nuevos miembros, de manera de garantizarles el mayor desarrollo posible de sus potencialidades. Esto último le da una gran importancia a la figura del matrimonio, que, entre otras cosas, permite el registro de una información, que entraña la posibilidad de la aparición de nuevos miembros de la sociedad, para lo cual hay que preparase.
Y me perdonan la aparente frialdad de la exposición, que en absoluto quiere dejar de lado los hermosos y poderosos sentimientos de afinidad de la pareja y que hacen posible su permanencia como tal.
El matrimonio y la familia, en sus diversas formas históricas, existen como una unidad indivisible prácticamente desde los comienzos de la humanidad, y esta realidad histórica, como todas, ha estado en permanente cambio y ha seguido de alguna forma a la organización asumida por la sociedad en el desarrollo de las actividades que le son propias. El matrimonio de grupos dio paso al matrimonio de parejas, y dentro de éste a la monogamia estricta, que primero y por mucho tiempo fue sólo para la mujer, pero que a la postre, por lo menos en gran parte del mundo, terminó imponiéndose para todos, lo que debe significar que fue en definitiva la forma más eficaz encontrada por la sociedad, para la preservación de la especie y de su organización.
Durante decenas de miles de años de existencia de la humanidad, la sociedad fue matriarcal, por lo que la mujer era la guía y sostén de la familia y la comunidad. Esta posición social relevante estuvo cimentada en una condición natural de nuestra especie y de muchísimas otras especies: la maternidad. En la medida en que la sociedad humana pudo irse liberando de su dependencia estricta de la naturaleza, el matriarcado fue sustituido paulatinamente por el patriarcado y la monogamia, cuya historia es de por lo menos cinco mil años. Esto no significa que ambas figuras sean eternas, como tampoco que no se hayan modificado en forma importante a lo largo del tiempo.
Aunque las extremistas del feminismo sostienen lo contrario, en el mundo occidental actual la mujer tiene los mismos derechos del hombre, por lo menos en el ámbito de la ciudadanía, y compite naturalmente con éste en casi todos los sectores de la vida social, sin necesidad de ayudas externas ni mecanismos artificiales, como los que hoy se ensayan equivocadamente en materia electoral-partidista, que lo que hacen es asentar la concepción de que es inferior al hombre e incapaz de superar las dificultades y retos existentes por sí misma. Son discursos y peticiones que realmente reafirman el machismo y lo proveen de argumentos. El problema de los derechos femeninos es más de observancia que de establecimiento de los mismos.
Con el matrimonio ocurre lo mismo. La monogamia actual no tiene las mismas características de sus inicios. Ya no es un vínculo que obliga únicamente a las mujeres, sino que lo hace por igual a los hombres. Las causales de divorcio son iguales para ambos cónyuges, la patria potestad de los hijos es compartida, la guarda y custodia favorece a la mujer hasta los 7 años de edad de la prole, el domicilio del hogar se fija de común acuerdo. Es más, tan igualitario es el matrimonio hoy que las personas sexo diversas piden a gritos su derecho al matrimonio monogámico.
LUIS FUENMAYOR TORO