50 años en esto


Era la tercera semana de enero de 1973, a pocos días de la muerte de mi padre. Una comisión encabezada por nuestro siempre bien recordado José Enrique Rodríguez, El Tigre, se presentó en mi casa para ofrecerme integrar el comité municipal del MAS. Sin ninguna experiencia política, ni siquiera en el Liceo, donde fundamos un periódico, el LIUNDA, formábamos parte del Club de Ciencias, de la Junta de Carnaval y cuando había elección del Centro de Estudiantes, sin estar metido en ello, votaba por el consejo de mi amigo, el hoy médico Eduardo “Chaquito” Montilla: la izquierda. Duval Freites era el dirigente de la juventud socialcristiana.
Dije que sí. El MAS era una gran esperanza, pero la verdad que tenía en Alí Primera y Soledad Bravo, la banda sonora que entusiasmaba a la juventud, una propaganda novedosa y un guía luminoso como Teodoro Petkoff, execrado por la Unión Soviética por su crítica a la invasión de Checoslovaquia, la leyenda antidictadorial de Pompeyo Márquez y una legión de dirigentes de primera línea. A Teodoro lo había conocido en mi casa donde mi papá me había presentado como responsable juvenil de la Nueva Fuerza, lo que yo negué y respondí “a mí me gusta el MAS”. Para mi sorpresa, no hubo reclamo ni regaño por parte de mi progenitor. Mi primer cargo fue el de secretario electoral.
Desde ahí comenzó este largo trajinar, a veces amargo, pero siempre convencido de que solo acompañando al pueblo en su experiencia, incluso en sus equivocaciones, un dirigente político está satisfecho, con la cabeza en alto, sin esconder los errores, pero con su conciencia tranquila, sin el rechazo de la gente, con el reconocimiento a lo que ha construido. Tuve en el MAS mi formación al servicio de la gente, no de una ideología. Recuerdo que una vez Petkoff y Freddy Muñoz, me dijeron que sí yo quería de verdad, ser un dirigente de mi estado. Al responderles que sí, me indicaron que me darían una lista de diez libros. Pensé “me van a meter el marxismo hasta los tuétanos”. Me equivoqué. La Caída del Liberalismo Amarillo, Elipse de una Ambición de Poder, Venezuela, Política y Petróleo de Rómulo Betancourt, Manuel Caballero, entre otros que aún están en mi biblioteca y sentenciaron, que el que no conozca de historia nunca llegará a ser dirigente. De esas lecturas, también aprendí a reverenciar al Centauro de los Llanos.
Mi vida política es harto conocida. Del MAS al que renuncié siendo concejal por razones que no vale la pena recordar, protagonista de la audacia de ser candidato a gobernador en 1989, para lo que fundamos Decisión de Portuguesa junto a Antonia Muñoz entre otros y logramos el respaldo de Causa R y el MAS. Hoy estoy en Voluntad Popular. Y aquí terminaré mis días.
Lo cierto es que estos 50 años han sido mi pasión fundamental. Conozco a mi estado como la palma de mi mano, aunque ha cambiado mucho en estos tiempos de revolución depredadora. Creo que sigo siendo el mismo, orgulloso de que te llamen por tu nombre, el mismo ciudadano que entró guanareño a la primera campaña electoral y salió graduado de portugueseño.
Repito como Rafael Alberti, el laureado poeta español: “Yo nunca seré de piedra, / lloraré cuando haga falta, / gritaré cuando haga falta, / reiré cuando haga falta, / cantaré cuando haga falta. /”. Retrocedimos como país como 60 años, pero sigo creyendo como Rómulo Gallegos en el porvenir y en la decisión de las mayorías por un cambio en positivo.
Rafael Tomás Caldera, el brillante primogénito del Yaracuyano de Oro, termina un artículo en La Gran Aldea, sobre el maestro Gallegos con esta frase, que debemos universalizar en cada uno de nuestros entornos: “No se han cerrado los horizontes de la esperanza, esa esperanza que Rómulo Gallegos vio simbolizada en la infinita llanura venezolana. Porque lo que fue posible aún lo es. Nos corresponde a nosotros realizarlo”.
Hoy les vuelvo a dar las gracias, a los que me ayudaron, a los que me adversaron porque así se forja el acero, por estos 50 años de vida política, IVÁN COLMENARES

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