ALDO ROJAS PADILLA /
En un mundo donde la desconfianza hacia las instituciones políticas crece a pasos agigantados, la ética se erige como un faro de esperanza y un pilar fundamental para la legitimidad del ejercicio del poder. La política, en su esencia más pura, debe ser un medio para el bien común, un espacio donde se articulen las voces de la ciudadanía y se construyan soluciones a los problemas que nos afectan. Sin embargo, la realidad a menudo dista de este ideal, y es aquí donde la ética juega un papel crucial.
La ética política no es sólo un conjunto de normas o principios que regulan el comportamiento de los políticos; es, ante todo, una forma de entender la responsabilidad que tienen los líderes hacia sus electores. Como bien señala la filósofa, socióloga y politóloga Hannah Arendt, «la política es el espacio de la acción humana, donde se manifiestan las decisiones y las consecuencias de estas». En este sentido, la ética se convierte en el marco que guía esas decisiones, asegurando que se tomen en beneficio de la sociedad y no de intereses particulares.
La corrupción, el nepotismo y la falta de transparencia son sólo algunas de las manifestaciones de la ausencia de ética en la política. Estos fenómenos no sólo socavan la confianza pública, sino que también perpetúan sistemas de desigualdad y exclusión. Según el Informe Mundial sobre la Corrupción de Transparencia Internacional, «la corrupción es un obstáculo para el desarrollo y la paz, y su erradicación es esencial para la construcción de sociedades justas». La ética, entonces, no es un lujo, sino una necesidad imperante.
Un ejemplo paradigmático de la importancia de la ética en la política se puede observar en la historia de diversas naciones que han enfrentado crisis profundas y han logrado salir adelante gracias a un liderazgo comprometido con principios éticos. En estos casos, los líderes no sólo han buscado implementar cambios legislativos, sino que han trabajado para transformar la cultura política, promoviendo la integridad y el respeto por los derechos humanos como valores fundamentales. Este tipo de liderazgo demuestra que la verdadera transformación social requiere un enfoque holístico, donde la ética se convierta en la brújula que guía las decisiones políticas. La educación y la formación de ciudadanos críticos y responsables son esenciales en este proceso, ya que una población informada y comprometida es capaz de exigir a sus representantes un comportamiento ético y responsable.
La ética en la política también implica rendición de cuentas. Los líderes deben ser responsables de sus acciones y decisiones, y esto sólo se logra a través de un sistema robusto de instituciones democráticas que promuevan la transparencia y la participación ciudadana. La filósofa política Iris Marion Young sostiene que «la justicia social requiere que los ciudadanos participen activamente en la toma de decisiones que afectan sus vidas». Esto implica no sólo votar, sino también involucrarse en el debate público y exigir a sus representantes un comportamiento ético.
En conclusión, la ética en la política no es un concepto abstracto, sino una práctica necesaria para la construcción de sociedades más justas y equitativas. La política debe ser un espacio donde la integridad, la transparencia y la responsabilidad sean los principios rectores. Como ciudadanos, tenemos la responsabilidad de exigir estos valores a nuestros líderes y de participar activamente en la vida política. Sólo así podremos restaurar la confianza en nuestras instituciones y avanzar hacia un futuro donde la política sea verdaderamente un instrumento al servicio del bien común. La ética, en última instancia, es el corazón de la democracia.