DAVID FIGUEROA DÍAZ /
El artículo del sábado pasado produjo comentarios positivos por parte de personas que comparten mi criterio sobre el caso planteado. Les hablé del «empate con sabor a triunfo», frase que pertenece al ámbito deportivo y que, no sé si en otro lugar del planeta ocurra igual; en Venezuela resurgió a raíz del resultado que obtuvo la Vinotinto ante Brasil y Argentina en la fase eliminatoria, de cara al Mundial de Fútbol que se disputará en Canadá, Estados Unidos y México. Expliqué las razones por las que no tengo dudas de que los empates con sabor a triunfo sí existen.
Agradezco los mensajes que muchos lectores me han hecho llegar, lo cual me da fortaleza para mantener mi criterio, aun cuando habrá quienes se empecinen en cuestionarlo. Lo curioso de eso es que los cuestionadores no esgrimen ningún argumento que le dé solidez a su posición, pues la única intención es tratar demostrar que quienes no compartan su opinión, simplemente están equivocados; pero no dicen por qué.
Incurrí en un error semántico al afirmar que respetaba esa opinión (la de los dicen que no que existen los empates con sabor a triunfo); pero mi amigo Raimond Gutiérrez, con gran acuciosidad, sapiencia y por supuesto mucho respeto, me señaló que en ese contexto, respetar equivale a compartir, a estar de acuerdo, a solidarizarme y a hacerme partidario de los que se oponen a la referida frase. Entonces, retiro lo dicho antes y les digo que respeto su derecho a opinar, así como ellos deberían respetar el mío.
No trato de imponer mi criterio, sino de explicar que existen recursos que le dan legitimidad a esos empates con sabor a triunfo, como ya lo expresé la semana pasada, aunque a algunos les parezca absurdo. «Caso cerrado», diría la abogada y presentadora de televisión Ana María Polo.
Otra situación que es motivo de polémicas, ocurre cuando alguien dice que el equipo tal jugó bien, jugó mejor; pero perdió. Hay quienes al oír esas expresiones, se ruborizan, se escandalizan y hasta sueltan sonoras carcajadas burlonas, pues, «cómo es posible que un equipo que haya perdido, pueda haber jugado mejor». Mis supinos conocimientos futbolísticos, amparados en un nueva consulta a mi amigo Manuel Castillo (árbitro colegiado en situación de retiro), me da la solidez suficiente para afirmar que sí es posible. Para argumentarlo, citaré dos ejemplos: uno ficticio y el otro real, este último ocurrido en 1990.
Supóngase que el encuentro entre Argentina y Venezuela en Maturín lo haya ganado la Albiceleste dos goles por cero, y que esas anotaciones se produjeron por cobros desde el punto penal, luego de sentencias amañadas para favorecer a la selección bicampeona del mundo, además de que durante todo el partido, Venezuela haya batallado con gallardía, haya realizado espectaculares jugadas con oportunidades de gol, haya acorralado a su rival, ¿quién jugó mejor? Mi respuesta, sin temor a ser «bombardeado» por la artillería de los «comecandela» del fútbol, es: Venezuela. ¿Por qué? ¡Porque jugar mejor no lo determina el resultado! Para esa afirmación no es necesario tener los conocimientos de César Luis Menotti, Carlos Salvador Bilardo, Vicente del Bosque o José Mourinho.
El otro ejemplo al que aludí en el párrafo anterior, es verificable en el partido que sostuvieron Brasil y Argentina, en octavos del «Mundial Italia 90». Los entendidos en la materia aseguran que, aunque ganó, Argentina jugó uno de los peores partidos de su historia, es decir, jugó mal; pero ganó. Los que tuvieron la oportunidad de ver el encuentro, deben recordar que Maradona, luego de tomar el balón cerca del círculo central, dejar atrás a Alemao y a Dunga, le sirvió la pelota a Claudio Caniggia, quien con frialdad y con gran maestría, dejó abatido al portero Taffarel y el balón llegó al fondo de la red. ¿Quién jugó Mejor, Brasil o Argentina? ¡Jugó mejor Brasil, por las razones antes expuestas, aunque quienes me conocen, saben que soy seguidor de la Albiceleste!
Y en cuanto a que soy aficionado de Argentina siendo venezolano, tiene una respuesta muy sencilla: Venezuela no tiene una selección de tradición mundialista. Lo mismo les ocurre a los que apoyan a Brasil, España, Alemania, Italia u otra selección de renombre en el balompié mundial, siendo nativos de este país. Seguiré aupando a la Albiceleste hasta que la Vinotinto acuda a la máxima cita de la Fifa. ¿Les gusta así?