Una semana más de acontecimientos y de circunstancias. El ambiente político continúa con su pesadez y falta sinceridad en los sectores que se hacen presentes en la escena del momento.
Mientras tanto, el venezolano normal, o el de a pie como suelen identificarlo; yo diría ahora, el venezolano de las piruetas, pero que vas más allá del “supuesto deporte” que en discurso banal y poco sustentado estableció nuestro actual Presidente, y que por cierto, ha sido un decreto de viva voz pero sin gaceta; ese venezolano típico en sí, sigue haciendo sus piruetas para subsistir, abandonado a la convocatoria de bando y bando, esperando el pan con mortadela y el cambur con un juguito que desaparecieron de la escena de las pírricas concentraciones convocadas por cada una de estos bloques en disputa.
No hay santo por quien rogar. Ya ni promesas hay. El centro de la disputa, es una suerte de discursos para determinar quién es peor. Hay un vacío constante hacia el pensamiento político en esencia. Queda solo el circo, con payasos y obviamente las motopiruetas, de donde incluso se ha querido enaltecer un comportamiento a todas luces anti cívico y de continuidad de un desorden urbano que de seguro ya supera a Nueva Delhi.
En este marasmo de circunstancias, no pueden faltar las rumbas a cal y canto, para ensalzar a un colectivo que ve en la diversión, quizás una fórmula de olvidar tantas penas.
El desarraigo al trabajo serio, a la responsabilidad, al quehacer ético y moral; está contra la pared esperando sólo los gatillos de quienes fusilan la cultura del buen vivir y la creación de un futuro estable.
Nuestras familias están desmembradas y divididas; ora por la distorsión social de su disfunción, ora por el obligado éxodo que impone el auto ostracismo dada la falta de un mínimo de condiciones para cumplir las necesidades. Sin embargo, a pesar de todo este mapa de desesperanza, hay aún motivos para continuar en la ardua y necesaria tarea de recuperarnos como somos, un país de oportunidades y de gente buena. Gente creadora y ávida de las buenas costumbres y el deseo de estabilidad en el respeto y el sentido de la familia. A pesar de las circunstancias, hay un gran conglomerado de estos grandes venezolanos que merecen ser reconocidos en su esencia, es la gente del campo, que día a día y más allá de la paja de la política, se levantan a sus labores de ordeño y a atender sus conucos. Allí también se cuentan a nuestros agricultores, con cuyo esfuerzo mermado por las lamentables políticas hacia la agricultura, hacen de tripas, corazones para continuar en lo que saben hacer. No es un secreto observar ese abandono del Estado y las instituciones con este único eslabón productivo del país. Allí hay ejemplo de constancia y esfuerzo al cual también se ha querido reducir a la política, lo que ha conllevado a su sistemática desaparición para instaurar la agricultura de puertos, tal como ha venido ocurriendo con el maíz y el azúcar. Estos focos destructivos del capital, ven las ingentes ganancias sin importarles para nada esa gran lucha de quienes aún tienen esperanza en la tierra, que sigue siendo la madre de la vida.
Hace falta un verdadero discurso de reconocimiento al venezolano de orden, al que ama su cultura y gentilicio sin chauvinismos ni golpes de colores. Un discurso que oriente hacia donde vamos y como lograrlo, sin esa mediática de la diatriba en que yo soy mejor que tú o de quítame este pelo en el ojo. Un discurso coherente de equidad y que genere esa esperanza de bienestar y fortaleza en el trabajo y esfuerzo. Un discurso que no decrete piruetas, sino que decrete respeto por las leyes y sus instituciones. Un discurso que haga recuperar la autonomía de los poderes públicos sin la bendita incidencia política; que respete al ciudadano y no lo vea como un peón que puede complacer con una bolsa de comida. Necesitamos un discurso de grandezas y de libertades, necesitamos regresar a un discurso de Angostura que nos devuelva esa declaración contra el
Poder magnánimo y se genere el orden. Ambos bandos políticos han estado a espaldas de las soluciones para sólo echarse en cara quien es más fascista que el otro. Eso, lamentablemente no nos lleva a nada, mientras tanto, los también otros venezolanos obreros pobres y honrados ven escaparse sus esperanzas en una diatriba que solo piensa en dejarlos allí encerrados en su miseria. Que estamos buscando? Simplemente que haya una profunda reflexión del momento histórico que se vive y se asuma buscar la dirección correcta. Quizás un poco de sinceridad y valor de aceptar las verdades, podría transformarse en el punto de inicio para lograr los acuerdos por el país; eso si, sin politiquería barata de la que ya nos abunda. Hay que volver a mirar a los pocos políticos serios, honestos y notables que aún están en ambos bandos. Eso andamos buscando.
Rafael García González