ES TIEMPO DE GUERRA

Homar Garcés /

El núcleo imperial del mundo capitalista (encarnado, básicamente, por Estados Unidos y, en un rol secundario, por Inglaterra y las demás naciones europeas integradas en la Organización del Tratado del Atlántico Norte) utiliza el recurso de la guerra para ir ajustando al mundo según sus intereses geopolíticos y económicos. Así, desde que se decidieron a desencadenar la guerra en la extinta Yugoslavia, con su saldo destructivo de limpieza étnica y desmembración territorial de dicho país, sin exceptuar lo ejecutado en Irak, Libia y Siria, teniendo como telón de fondo el asedio israelí contra el diezmado pueblo palestino, hasta la guerra «encubierta» o no declarada contra Rusia a través de Ucrania, su estrategia no ha variado grandemente y se enriquece, ahora, con el tema de la inseguridad pública que mantiene en ascuas a una porción significativa de naciones de nuestra América, entre ellas Haití, Ecuador, El Salvador, México y Colombia.

Para el núcleo imperial del mundo capitalista, la guerra siempre ha supuesto una forma segura de estimular su economía. Ya no es una reacción armada de una nación contra otra, ni el instrumento mediante el cual las grandes potencias se adueñaron de territorios de América, África y Asia, procediendo a su dominación colonial y al saqueo de sus recursos, lo que les permitió encumbrarse por encima del resto del mundo, imponiendo su ideología eurocentrista y su modelo civilizatorio jerárquico. Ejerciendo un papel prevalente, ansioso por recuperar y ampliar la hegemonía que creyó definitiva luego de la eclosión de la Unión Soviética, abarcando toda la extensión de la Tierra, el imperialismo yanqui y sus adláteres de la OTAN han estado muy activos en tal sentido, interviniendo directa e indirectamente en varias regiones, en especial en aquellas donde existen grandes yacimientos de hidrocarburos, como Oriente Medio, con los desastres causados a Irak, Libia y Siria; además de los Balcanes. Bajo su égida, se ha producido una eliminación descarada del respeto a la soberanía de los Estados y a los tratados internacionales, de la igualdad jurídica de los Estados y de la regulación de los conflictos a través de la Organización de las Naciones Unidas; priorizándose, en consecuencia, el uso predilecto de la fuerza militar en las relaciones internacionales y, como complemento, la imposición de sanciones de tipo económico a gobiernos y países considerados, según su óptica particular, forajidos, antidemocráticos y violadores de los derechos humanos, aún cuando muchas veces sus acusaciones resulten falsas y sean parte de sus mecanismos de propaganda.

Para Claudio Katz, «el ansiado predominio de Washington ha quedado sustituido por una mayor dispersión del poder, que contrasta con la bipolaridad imperante durante la Guerra Fría y con el fallido intento unipolar que sucedió a la implosión de la URSS. El imperialismo actual opera, por lo tanto, en torno a un bloque dominante comandado por Estados Unidos y gestionado por la OTAN, en estrecha asociación con Europa y los socios regionales de Washington. Pero los fracasos del Pentágono para ejercer su autoridad han derivado en la irresuelta crisis actual, que se verifica en el despunte de la multipolaridad». A pesar del consenso sumiso de los gobiernos europeos que secundan sus decisiones e intereses, el poder imperial estadounidense se ha visto  obligado a contemporizar con el poderío emergente de China y Rusia, en primer plano, y el grupo de países que conforman el BRICS (Brasil, India, China y Sudáfrica), el cual tiende a incrementarse con la inclusión de varios países de América, África y Asia, decididos a fortalecer sus propias economías de una manera más autónoma.

Siguiendo una tradición iniciada al poco tiempo de su independencia, para Estados Unidos «la expansión es el camino hacia la seguridad»; es decir, su seguridad, traducida en poder imperial. Esto tiene su asiento en el constante uso de la guerra. En su artículo «La militarización del neoliberalismo», Antonio Maira puntualiza: «Después del 11 de septiembre (de 2001), con el fervoroso asentimiento de los gobiernos europeos, los EEUU llegaron al magnífico invento de la guerra interminable. Sin límites espaciales ni temporales. Sin criterios aceptados sobre la guerra justa. Guerra perpetua contra enemigos indefinidos o, mejor dicho, contra enemigos señalados en cualquier momento. Chantaje y guerra permanente para ajustar la resignación de todos los pueblos a la voluntad de Washington. Una guerra que va a llevar la ferocidad hasta límites insospechados. La ‘sensibilidad autoritaria’ condiciona la intensidad y la brutalidad de la guerra. También la condiciona la impunidad absoluta del ‘combatiente’, infinitamente más fuerte, y su costumbre de doblegar a los enemigos. Las guerras del futuro van a reproducir las campañas de castigo, las matanzas coloniales». Este guión sigue siendo el mismo que se siguió en todo lo que fue el siglo XX y los inicios de éste.

La institucionalidad del orden mundial capitalista (representada por la Organización de las Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional o como se le conoce por sus siglas en inglés, USAID; la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico u OCDE) jamás ha considerado la posiblidad de que exista un mundo multipolar, en el cual prevaleciera una paz duradera, el respeto al derecho internacional y unos lazos de complementariedad entre todas las naciones. En lo que va de siglo, los principales acontecimientos bélicos que desangran a la humanidad tienen su génesis en las estrategias diseñadas por la organización militar multinacional liderada por Estados Unidos; cuestión que no sorprende a nadie, naturalizándose su rol en cada continente. Por ello, la nueva realidad geopolítica que se estará creando con la integración y acciones del grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) en favor de un mundo multipolar y multicéntrico  es ya vista como una grave e inminente amenaza a la institucionalidad del orden mundial capitalista regida por los estadounidenses, obligándose éstos a recurrir, como lo hicieran durante la historia del siglo XX, al recurso de la guerra a fin de conservar su estatus de potencia hegemónica; lo que, al margen de nuestras consideraciones ideológicas y de nuestros deseos, nos situa en un tiempo de guerra.

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