Noel Álvarez /
La Operación Colibrí o “la noche de los cuchillos largos”, como también se le conoce, consistió en el ataque nazi a personas e instituciones que no simpatizaban con la posición antisemita del recién nombrado canciller alemán Adolfo Hitler. Entre el 30 de junio y el 2 de julio de 1934 el régimen encabezado por Hitler realizó una serie de asesinatos políticos en las ciudades más importantes del país europeo como Berlín y Múnich. Ese día Hitler se quitó de encima a más de doscientos nazis que no le eran afectos. En esa masacre, Adolfo Hitler liquidó a su mejor amigo dentro del nacional socialismo, el general Ernst Rohm, líder del cuerpo paramilitar conocido como SA, o camisas pardas.
Rohm, jefe de la policía interna de los nazis quiso tener más poder y le pidió a Hitler que le permitiera controlar el ejército alemán. La propuesta de subordinar las fuerzas armadas a las camisas pardas le daría a Rohm un enorme poder. El general estaba consciente de ello y en voz baja decía a sus allegados: “si Hitler, cree que puede estrujarme por sus propios fines eternamente y algún día echarme a la basura, se equivoca. Por su parte, Hitler estaba convencido de que una revolución exitosa no puede tener dos líderes simultáneamente.
Según los jefes nazis, el líder de las camisas pardas preparaba un golpe para derrocar a Hitler y falsificaron un expediente en donde se sugería que Rohm había recibido 12 millones de Marcos para derrocarlo. Aun cuando sabían que la operación era falsa, era un medio para deshacerse de posibles rivales, Hitler se mostró iracundo e indignado. Junto a Goebbels dio un discurso improvisado, en donde dijo: “los sujetos indisciplinados y desobedientes y los elementos antisociales y enfermos serán inhabilitados”.
Uno de los personajes claves de este hecho que marcó la vida de los alemanes fue Goebbels, político alemán que echó a rodar la Operación Colibrí, una contraseña que tenía que llegar a los generales cercanos al Líder del Tercer Reich. En las tiranías y gobiernos asociados es una mascada para sacar del camino a opositores. Luego de la matanza, la voz de Hitler, canciller del Tercer Reich, surgió dura y enérgica en los aparatos de radio de los hogares alemanes la noche del 13 de julio de 1934.
En el mensaje, Hitler señalaba que él era el responsable de la nación alemana, “así que me convertí en el juez supremo del pueblo alemán. Di la orden de disparar a los cabecillas de esa traición y además di la orden de cauterizar la carne cruda de las úlceras de los pozos envenenados de nuestra vida doméstica para permitir a la nación conocer que su existencia, la cual depende de su orden interno y su seguridad, no quede amenazada con impunidad de nadie, y hacer saber que en el tiempo venidero si alguien levanta su mano para golpear al Estado, la muerte será su premio”.
La Operación Colibrí fue una purga de nazis contra nazis para limpiar los intestinos del poder y catapultar a Hitler a un liderazgo definitivo que ya nadie se atrevería a cuestionar. En sus años como canciller, el líder del Tercer Reich había logrado prohibir a todos los partidos políticos rivales y llevado al país a un régimen unipartidista controlado por los nazis, pero le faltaba controlar el ejército que estaba en manos del presidente y mariscal de campo Paul Von Hindenburg.
Con la muerte de Hindenburg a los 87 años de edad, Hitler unificó por decreto los cargos de canciller y presidente. En 1939 introdujo el decreto sobre criminales juveniles precoces que permitía por primera vez en la historia judicial alemana sentenciar a pena capital a jóvenes. Debido a esta resolución, más de 72 jóvenes fueron sentenciados a muerte por repartir panfletos en las calles. También introdujo el término “perpetrador” en el decreto contra los parásitos nacionales, añadiendo características raciales y biológicas a la legislación que justificaba un mayor uso de la fuerza.
Roland Freisler Karl, era el fiscal general de la nación alemana. Actuaba como juez, jurado y fiscal al mismo tiempo. Así como anotador, controlando todas las sentencias escritas de su corte nacionalista. El 90% de las sentencias fueron de muerte. Freisler era abogado, militar, político, criminal de guerra y presidente del Tribunal Popular o corte del pueblo de la Alemania nazi. Experto en montar expedientes falsos para incriminar a inocentes, fue uno de los más temidos jueces del nazismo.
El fiscal de los nazis se encontraba juzgando a un grupo de militares “sospechosos” cuando un racimo de bombas cayó sobre la ciudad y el criminal de guerra fue encontrado muerto. Cuando su cadáver fue llevado al hospital de Lutzow, municipio de Alemania, alguien exclamó: “fue el veredicto de Dios”.
La Operación Colibrí simbolizó mucho más que una masacre política; fue el acto definitivo de consolidación de poder de un régimen que no toleraba disidencia ni cuestionamientos. Este evento, que eliminó enemigos internos bajo el pretexto de proteger el orden, marcó el inicio de una dictadura despiadada que se valió del terror, la propaganda y la violencia para afianzar su control sobre Alemania. Lecciones como estas deben recordarse con atención, no solo por su impacto histórico, sino como un recordatorio inquietante de cómo el poder absoluto puede corromper y destruir las instituciones fundamentales de una sociedad.
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