Homar Garcés /
El mito universalizado de Eva en el jardín de Edén nos presenta a la primera mujer sobre la Tierra (igual que Pandora, figura mítica de la Grecia antigua) como la gran culpable de todos los males padecidos hasta el día de hoy por quienes seríamos sus descendientes, independientemente de los rasgos físicos que nos caracterizan de una forma particular en cada país y continente. Pero, si escudriñáramos con la suficiente objetividad el trasfondo de este asunto podríamos concluir en que Dios le tuvo miedo a Eva y determinó para ella, si creyerámos la versión de los patriarcas bíblicos, una carga de dolores de parto, servidumbre y de sometimiento a la autoridad de su pareja, Adán. ¿En qué consiste tal temor divino?. Sencillamente en el hecho que, a diferencia de Adán, contento con una vida plácida, holgada y sin muchas preocupaciones de índole filosófica, Eva quiso saber más del entorno natural en que moraba; es decir, comenzó a pensar con cabeza propia, a utilizar el libre albedrío con que había sido dotada, precisamente, por su Creador; en una actitud lógica de quien posee inteligencia. Aunque los mencionados patriarcas, para agravar más la supuesta falta cometida por la madre universal, le agregaron a la historia la intervención incitadora y engañadora de la serpiente andante y parlante utilizada por el ángel rebelde Satanás, el Diablo. Con esto último, se quiso asentar y acentuar la debilidad mental de la mujer, más inclinada a cometer errores que a actuar racionalmente. Desde entonces, a la mujer, por influencia de la religión, se le relegó a un segundo plano, quedando subordinada por partida doble al patriarcado y al machismo.
Otro personaje femenino que merece también mencionarse es Medusa. La mayoría de las personas conoce el mito de Medusa únicamente en lo que se refiere a su aspecto terrorífico y su muerte a manos de Perseo, un semidios que adquirió gran renombre gracias a tal acción. Sin embargo, al escudriñar algo más su historia se entenderá que Medusa, más que un monstruo malvado, fue una víctima contra la que se ensañó todo el prejuicio misógino y patriarcal que pudo existir en la antigua Grecia, independientemente de los avances producidos en el ámbito artístico e intelectual que es base de la modernidad o eurocentrismo, una visión del mundo sesgada, racista e imperialista que ha afectado a todo nuestro planeta. A ella podemos unir el nombre de Hipatia, cuyo mayor pecado fue ser una mujer dedicada al estudio de la filosofía y las matemáticas, asesinada en Alejandría por uno de los «santos varones» de la Iglesia católica, apostólica y romana, lo que ayuda a comprender el por qué hubo que acabar con su vida. Si damos cuenta de los cientos de asesinatos cometidos contra mujeres que fueron acusadas por la cristiandad de prácticas de brujería y contubernios con Satanás tendremos una lista aún más extensa de lo que se cree; lista que no deja de incrementarse según las estadísticas existentes sobre femicidios en una gran parte de las sociedades actuales. Igualmente podrá citarse a Juana de Arco, la heroína medieval de Francia que lideró un ejército con que enfrentó a las huestes inglesas que invadieron su nación, pero que acabó consumida por las llamas, tras un juicio amañado en el cual se le imputaban, muy convenientemente, los delitos de herejía y brujería, en una componenda franco-sajona a la cual se sumó la alta jerarquía eclesiástica. En nuestro continente son aún mayores los casos en que han sido inmoladas cientos de mujeres por defender sus derechos y los de sus comunidades (como Berta Cáceres en El Salvador o Marielle Franco, concejala de Río de Janeiro, en Brasil) y otras más por ser simplemente mujeres a manos de hombres que las toman como objetos sexuales o posesiones de uso exclusivo o privado.
Para León Trotsky, la emancipación verdadera de la mujer es imposible en el terreno de la miseria socializada. Éste es un detalle que las feministas de origen indígena, campesino y afrodescendiente de nuestra América Latina/Abya Yala/Améfrica Ladina hacen notar en medio de sus luchas por una vida digna, emancipada e igualitaria, a diferencia de lo que ocurre en el llamado norte global. Y eso tiene una explicación algo sencilla, pero, al parecer, poco destacada. En nuestro continente es común encontrar familias matricentradas, que responden a un modelo cultural de la familia popular donde la madre es el punto de confluencia y es la generadora principal de la estructura familiar. Esta condición no ha sido óbice para que la mujer contemporánea de nuestras naciones (como las mapuches de Chile y las zapatistas de Chiapas, en el sur de México; las afrodescendientes de Brasil y Colombia, destacadamente; las campesinas del Movimiento de los Sin Tierra de Brasil; y las venezolanas que lideran la organización de los sectores populares en sus comunidades); sean protagonistas de las luchas entabladas en contra de la hegemonía imperialista de Estados Unidos y de los sectores burgueses que se oponen obstinadamente a reconocer y garantizar los derechos de las mayorías, sólo centrados en la estabilidad y la expansión del mercado capitalista neoliberal.
Si, como lo han predicado los religiosos, Eva fue una rebelde ante la potestad del dios omnisciente de la Biblia, entonces fácilmente puede encajar en lo que quiso decir Alber Camus al escribir: «La conciencia nace con la rebelión». En la época presente, esta toma de conciencia de las mujeres les ha hecho entender que no basta con que se aprueben en los parlamentos ciertas leyes que tiendan a su protección y a la igualdad laboral y jurídica frente a los hombres. Más allá de esto, las más decididas y provistas de una mayor conciencia social, han comprendido que su rol y sus espacios no se concretarán al ciento por ciento mientras exista el modelo civilizatorio concebido por los europeos, gran parte del cual se erigió sobre las bases de la iglesia católica, apostólica y romana que adoptaron los caudillos bárbaros luego de acabar con el imperio de Roma. Con mayor razón ahora cuando el imperialismo gringo (junto con sus subalternizados europeos agrupados en la Organización del Tratado del Atlántico Norte) ha echado mano a la práctica de un terrorismo globalizado, con los postulados del neoliberalismo capitalista por delante y una aspiración insaciable por controlar todos los recursos naturales estratégicos del planeta. En este marco de circunstancias, la lucha de las descendientes de Eva trasciende la simple demanda de unos merecidos derechos igualitarios, ya que las relaciones económicas y de poder político están embarnizadas de patriarcado y machismo; en muchos casos, haciendo que las mujeres en posiciones administrativas, incluso como presidentas de algún país, se conduzcan según sus patrones de conducta a fin de evitar ser señaladas de incompetentes, débiles y carentes de liderazgo.
En este contexto, la lucha revolucionaria de la mujer por el establecimiento de una sociedad alternativa a la sociedad burguesa capitalista, basada en lo que sería un socialismo más apegado a sus fundamentos emancipatorios, debe fijarse también como meta su propia liberación. Ya en 1913, la dirigente bolchevique Alexandra Kollontai fijaba posición al respecto, expresando: «¿Cuál es el objetivo de las obreras socialistas? Abolir todo tipo de privilegios que deriven del nacimiento o de la riqueza. A la mujer obrera le es indiferente si su patrón es hombre o mujer». Esto implica, en líneas generales, impulsar la socialización del trabajo doméstico y una nueva concepción de la maternidad, por lo cual las mujeres deben ser relevadas de los quehaceres domésticos y hasta de la responsabilidad social de la reproducción biológica de la especie humana a la que estarían condenadas por la voluntad suprema de Dios; estableciéndose, en consecuencia, una nueva relación entre los sexos. En un mundo moldeado para asegurar en todo momento la dependencia material, moral y sentimental de la mujer respecto al hombre, careciendo, por tanto, de individualidad, será preciso desmontar toda esa estructura y establecer en su lugar verdaderos lazos de respeto, solidaridad y camaradería entre ambos. Si ésta es la consecuencia de la emancipación real de la mujer, libradas del pecado original, se podrá entender entonces el porqué Dios le tuvo miedo a Eva.