Una vez más se confirmó que los grupos de la derecha fascistoide en Venezuela tratan de crear, contando para ello con el patrocinio de organizaciones y algunos gobiernos extranjeros, principalmente estadounidenses, las condiciones de violencia que propicien una salida extra-constitucional, ahora a propósito de proclamarse a Nicolás Maduro Moros como Presidente para el periodo 2024-2031. Condiciones que, eventualmente, desembocarían en una situación de ingobernabilidad, aduciéndose que existiría un vacío de poder similar al argumentado en ocasión del golpe de Estado contra el Presidente Hugo Chávez Frías el 11 de abril de 2002. De este modo, la dirigencia opositora -encabezada por María Corina Machado- está presentándole a la opinión pública nacional e internacional lo que ya muchos anticipábamos que ocurriría al ser reelecto Maduro Moros; forzando un ambiente político y social adverso al chavismo y tomar el poder perdido, aun cuando la voluntad del pueblo venezolano quedó plasmada mayoritariamente en los votos de este 28 de julio y fuera certificada por el Consejo Nacional Electoral y las representaciones extranjeras que acudieron a este evento electoral. Una jugada audaz y abiertamente subversiva que pareciera no calibrar juiciosamente, empeñándose en dar un salto al vacío que, en lugar de intimidar y hacer retroceder a los sectores populares en su respaldo al gobierno chavista, precipitaría su radicalización, lo que, a la larga, acabaría con la polarización política, haciéndola desaparecer por completo del mapa político.
Nada extraño ni sorprendente entraña la frase «hasta el final», repetida en incontables ocasiones por Machado. Tampoco su negativa a suscribir el documento de reconocimiento del ganador de la elección presidencial, propuesto por Maduro Moros. Su participación en la contienda electoral no tenía más objetivo que desconocer de antemano la reelección presidencial de Nicolás Maduro Moros. Ello tiene una lectura especial, dada la sintonía que tiene la derecha fascistoide con los grupos de poder estadounidenses, interesados desde hace más de veinte años en derrocar al chavismo y recuperar la influencia neocolonial sobre Venezuela y sus yacimientos energéticos. Algo que nadie -en su sano juicio- podría ignorar, ya que sus intenciones están contextualizadas en un absoluto desconocimiento de la soberanía popular y del marco democrático institucional. En tal caso, la derecha fascistoide intenta implantar en la mente de los sectores populares su propia visión mezquina en relación al momento histórico que está viviendo la nación bolivariana, inculcándoles fallidamente la sensación de que habrá caos y una lucha intestina por el poder que desataría una guerra civil; lo que afectaría enormemente no solamente la paz social sino también la economía y la gobernabilidad del país.
A simple vista, esta minoría derechista estaría repitiendo la misma estrategia desestabilizadora montada entre 2002 y 2003 en contra del mandato de Chávez Frías con apoyo de miembros del Alto Mando Militar y de las cúpulas empresarial, eclesiástica y sindical, causando desde entonces grandes pérdidas económicas al país, aunadas a un desabastecimiento generalizado de gasolina, gas doméstico, medicinas y alimentos que puso en grave riesgo la vida de miles de familias venezolanas, sobre todo de aquellas de escasos recursos económicos. En todos estos años, la derecha fascistoide ha puesto en marcha una serie de tácticas violentas e ilegales, apelando en algunos momentos a la Constitución que antes adversara con tanta virulencia, buscando establecer paralelismos con lo sucedido en otras naciones de nuestro continente; incluyendo la incorporación de delincuentes comunes.
Vistas así las cosas, la dirigencia opositora se muestra dispuesta a desencadenar algunos acontecimientos extremos, sin considerar que los sectores populares afectos al chavismo tienen ahora una mejor conciencia política y pueden desarrollar, en consecuencia (si los altos mandos chavistas no se mantienen aferrados a la cultura demagógica y clientelar del viejo puntofijismo) una contraofensiva que rompa definitivamente el delicado equilibrio político que -de una u otra manera- se ha mantenido en el país, aún con sus deficiencias e incongruencias, bajo el liderazgo (dudoso o no) de Nicolás Maduro Moros.
Una cosa más que se debe agregar son los porcentajes de votos alcanzados en conjunto por los candidatos presidenciales de la oposición y la nada desdeñable abstención en la elección de este 28 de julio. Podrían interpretarse como señal o evidencia del desmoronamiento o la falta de hegemonía del chavismo. Algo que, desde los tiempos de Hugo Chávez, parece no importarle demasiado a sus dirigentes, satisfechos con saber que aún mantienen el control de la mayoría, si no absoluto, de los cargos de gobierno; una cuestión que no es garantía de la aceptación de la propuesta socialista revolucionaria que se trata de construir, con todos los obstáculos habidos y por haber, internos y externos, abiertos y encubiertos, en Venezuela. Hay que tomar en cuenta además que la oposición se mantiene activa gracias a la incorporación de muchos jóvenes en sus filas, de una forma parecida a la contemplada en Argentina con el orate Javier Milei, lo que habla de cierta deficiencia en la formación del chavismo, a pesar de mantenerse todavía su mayoría. También ayuda a la oposición, sea extremista o moderada, es el nivel de corrupción existente en las diferentes esferas del poder constituido, lo que constituye una bofetada a quienes luchan por mejorar sus condiciones de vida en medio de las dificultades creadas por las ambiciones mezquinas del núcleo imperial del mundo capitalista y sus súbditos venezolanos que ven cómo sus representantes se pavonean con autos lujosos, dólares en abundancia y ropas de marca, en un contraste descarado que ha tenido más incidencia en el ánimo y el resentimiento de muchos venezolanos que notan la incongruencia de un discurso aparentemente revolucionario, anticapitalista, anticolonialista y antiimperialista, pero que no logra tapar la existencia de una nueva burguesía y su apetito por acumular más poder del debido ética y moralmente. Por otra parte, la dirección del chavismo comete el error, deliberadamente o no, de exhibir una actitud sectaria y, hasta, totalitaria, a semejanza del stalinismo y del nazi-facismo al no darle espacio a la disidencia interna, cercenando la crítica y la autocrítica tan frecuentemente mencionadas por Chávez Frías en su tiempo y ahora por Maduro Moros; lo que ha causado que muchos militantes del PSUV se aislen o hayan buscado otras opciones partidarias.
Por último, vale resaltar una cuestión interesante que afirmó el Presidente ante periodistas, una vez que emitió su voto, es que se abre una nueva etapa histórica en Venezuela donde deben prevalecer los movimientos sociales antes que los partidos políticos; con lo cual debiéramos estar de acuerdo todos los revolucionarios. Sería la mejor opción para ampliar y consolidar la hegemonía por encima de la propaganda malsana y engañosa de los grupos opositores; creando espacios de verdadera participación y protagonismo de los sectores populares que contribuyan a la transformación estructural del Estado venezolano. Con ello, se podrá fortalecer todo lo referente a los órdenes políticos, sociales, culturales y económicos, conformando una verdadera ciudadanía, consciente de sí misma y de la responsabilidad histórica que le corresponde asumir para impedir cualquier tentativa del imperialismo gringo por socavar nuestra soberanía nacional. Eso parecen intuirlo y, por supuesto, temerlo, los «demócratas» de la derecha fascistoide, por lo que todas sus acciones estarán encaminadas, otra vez, a dificultar el cambio político, social, económico y cultural que beneficie ampliamente al pueblo; utilizando para ello el odio, la ignorancia y el resentimiento de unos cuantos como sus mejores instrumentos para lograrlo.
HOMAR GARCÉS