Iván Colmenares /
Una de las primeras ciudades fundada en los llanos, aunque el portugués Juan Fernández de León se colocó en la meseta cuya espectacular vista era el río de las gaviotas, y ordena elaborar el acta, donde se establece su nombre y sus autoridades: Ciudad del Espíritu Santo del Valle de San Juan de Guanaguanare. Es una de las pocas de Venezuela, que tiene acta de organización y que su fundador no es español.
Desde 1591 hasta los Belzares, su posición geográfica, sus feraces tierras, la disposición al trabajo la hicieron zona muy productiva, además de esos caudales inmensos, el Zazarabicoa y el Temerí. La sede de la Compañía Guipuzcoana, después llamada Casacoima, indica que era la quinta ciudad de la colonia, por su enorme importancia comercial. Pero antes, a sólo 61 años de la fundación se selló su destino espiritual: la Virgen María deja una imagen que un niño rescata del fuego y les dice que vayan donde los blancos a que le coloquen el agua, a que reciban el bautismo. 1652 fue su segundo hito histórico. Y su aparición es una de las cuatro en el mundo, reconocida por El Vaticano.
1811 sirve para que se elija un diputado al Congreso fundacional de la República y en asamblea ciudadana escogen al joven párroco de la ciudad, José Vicente de Unda, que ratifica en sus intervenciones que “los habitantes de Guanare desean gozar de una administración libre, enérgica, inmediata y capaz de conocer los verdaderos intereses del país que gobierna…suscribo pues, a nombre de Guanare, la Independencia absoluta de Venezuela.”
El cura se hace amigo del joven Bolívar, luego Libertador y su gran insistencia ante el subyugante líder es la necesidad de construir república con ciudadanos republicanos y eso sólo lo daba la educación. En 1813 le señala el Convento de San Francisco, que fungió de Cuartel General para albergue de la institución. El sueño se vio cumplido 12 años después, cuando por disposición suya en condición de Presidente de Colombia le ordena a Santander la promulgación del decreto de creación del hoy casi liceo bicentenario. Fue testigo el convento, de guerras, incendios, paludismo, y la ciudad que lo albergaba no cesaba de funcionar. Al Estanco del Tabaco Bolívar le arrebató doscientos mil pesos, las mujeres de Guanare cosían uniformes, sus jóvenes se incorporaban a la lucha por la libertad y aquí, el prócer masón oró ante la Coromoto días antes de Carabobo.
Tenemos más hitos. Yo agrego con orgullo uno de los últimos y fundamentales, del que fui testigo excepcional: la visita de Juan Pablo II, el Papa Peregrino, para la coronación del Santuario Nacional en el sitio de la Aparición. Mi ciudad, donde mi madre me parió, tuvo y tiene tantas cosas hermosas. El Festival El Silbón, el Teatro Tempo, las Danzas Guanaguanare, Temerí y tantas otras, sus dos Ateneos, el oficial y el Popular, emporio de arte y forjador de valores, el mejor espectáculo de calle del país, el Mascarada, la Serenata a Guanare, el Grupo Totuma, la Feria del Arte, el Museo Arqueológico de los Llanos saqueado descaradamente, el Complejo Ferial, los Bravos y Centauros de Portuguesa, mi Coliseo, el Semanario Guanare, el Periódico de Occidente, la Escuela de Teatro y de Artes Plásticas, el Llaneros de Guanare, una zona colonial privilegiada acabada por la invasión buhoneril, Salones de Arte, Bienal de Literatura, poetas, músicos, escritores, periodistas, deportistas, educadores, profesionales y gente sencilla que protagonizan la guanareñidad.
Pero también tiene un defecto, creado por la indiferencia de sus autoridades, quizás de antes, pero más de ahora. No tiene sentido de pertenencia. La despojan de sus elementos fundamentales, de sus símbolos que la engrandecen y deja pasar las cosas, sin el reclamo, con apenas el lamento.
Ya no hay regalos para la ciudad señera, para la Atenas de los Llanos, para el mesopotámico pie de monte andino, para el faro de luz, la cuna de la educación media y gratuita de Venezuela, para la capital espiritual de la Nación, Y no reclamamos. Un mandatario que se empeña en arreglar la Residencia de los Gobernadores y tres cuadras de la Avenida Miranda, y rodando promesas, de una escuela Vargas vecina que se le cae y de un Coliseo que dejaron destruir.
Pero, esas páginas oscuras y despreciativas pasarán. Volveremos a ser la Universidad de José Joaquín, el viento norte y la torre erguida de Santiago Betancourt, el Guanare de mis esperanzas de Luis Fajardo Galeno, la Primigenia de los Llanos de Manuel Pérez Cruzatti, la esperanza de un nuevo amanecer de Jesús Torrealba, la tierra de los sueños inconclusos de Rafael Gavidia, la devoción que nos compromete de Eddy Ferrer, la de los primeros amores de Alexis Márquez y la de su liceo preñado de lucha y futuro de Rafael Agüín.
Yo soy producto de su barro y sus moldes, la de mis luchas y mis logros, la que cuando al pisar cada mañana el suelo al levantarme, que es la misma donde enterrarán mis cenizas al lado de mi madre, rezo el primer mandamiento, que nos enseñó el eterno Pepo: “Debo decir, Guanare, que te quiero”.