Rafael Caldera por cimarrón Andresote

Abg. Esp. Raimond M. Gutiérrez M. /

El uso tergiversado de la historia para fines políticos no es cosa nueva. La construcción interesada, generalmente falsa, de relatos sobre el pasado para uso de una facción partidista y enmarcar convenientemente sus interpretaciones al presente para lograr adeptos, se ha pretendido justificar para «convencer» sobre el sufrimiento de determinada clase social, el pedigrí democrático de una opción política o los derechos de un determinado colectivo. Con ello, los variados usos políticos de la historia suelen dividirse entre aquellos que pretenden generar consenso y aquellos que pretenden contribuir a dar sentido a los conflictos. Es –con todo- la manipulación histórica.

Esa maniobra con la historia es cosa que ha ocurrido en Venezuela en las últimas 2 décadas de este siglo. Son muchos los casos que hasta ahora pululan entre nosotros: se han «cambiado» ventajosamente las motivaciones de los propios hechos históricos, sus personajes, sus secuelas y hasta sus fechas.

En un artículo publicado en El País, el 1-12-2005, titulado «El uso político de la historia», el profesor Borja de Riquer i Permanyer (Barcelona, 1945), arguye: «Pienso que deberíamos esforzarnos mucho más en divulgar una historia crítica que ayudase a entender la real naturaleza de los actuales debates (…), a ser más exigentes y rigurosos ante la complejidad de los procesos históricos y a no manipular y esquematizar de forma interesada la historia».

Uno de esos hechos de nuestra historia, ocurridos en el siglo 18: entre 1730 y 1732, que  se ha tergiversado y querido cambiar –sin lograrlo, afortunadamente- es el relacionado con Juan Andrés López del Rosario, más conocido por su apodo de «cimarrón Andresote». Que poco se hable sobre ese asunto, que no se haya debatido suficiente sobre ese tema, que se haya mantenido silente, en absoluto significa que ese efugio haya sido aceptado, que haya quedado para siempre en nuestra memoria y –mucho menos- que se haya efectivamente cambiado la pasada realidad. Muy al contrario, vienen pronto –mediante Dios- momentos eficientemente oportunos para poner las cosas en su sitio.

Entre tanto, analicemos los hechos verdaderamente ciertos: el cimarrón Andresote –originario de los alrededores de la Nueva Valencia del Rey (hoy Valencia, estado Carabobo)- era un esclavo de una plantación de Yagua (actual municipio Guacara de esa entidad federal), que –fugado de su dueño- se dedicó al contrabando de cacao y tabaco con los holandeses de Curazao, que cargaban y descargaban entre las bocas de los ríos  Yaracuy y Aroa, cuyos productos entonces se comercializaban a mejores precios en Amberes (Bélgica) y en Ámsterdam (Países Bajos) que en los puertos españoles de Cádiz y Guipúzcoa; y en cuyas refriegas cometió toda clase de tropelías.

Sus actividades nunca tuvieron ribetes ni libertarios ni independentistas: sus intereses fueron meramente económicos, puramente mercantiles, su rebelión fue por el dinero, por la plata o por los cobres –en el decir marabino-.

El contrabando fue su única y «mejor» carta de presentación: en 1730 encabezó una revuelta en las tierras del Valle del Yaracuy (actual municipio Veroes del estado Yaracuy), entonces pertenecientes a los términos y jurisdicción de la ciudad de Nueva Segovia de Barquisimeto, junto a otros esclavos y negros libres asentados en los quilombos locales. Para ello tuvo el apoyo de algunos hacendados criollos ansiosos de más ganancias, así como de contrabandistas holandeses, quienes les proveyeron mosquetes, pólvora y municiones. Sus ejecutorias no tenían la intención de romper lazos políticos con la corona española ni de liberar a la Provincia de Venezuela, sino hacerse de dinero en contra del control excesivo de la Real Compañía Guipuzcoana que, durante 1728 a 1785, monopolizaba el comercio entre Venezuela y España. El zambo no tuvo ideales concretos y sus intereses no pueden considerarse como patrióticos; fue sólo su osadía, rudeza y combatividad dedicadas al contrabando, lo que le dio fama, pero jamás prestigio. 

En cuanto a él, el abogado, académico e Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia Carlos Felice Cardot (1913-1986), en su discurso de incorporación del 24 de septiembre de 1952, expresó: «Andresote es un típico ejemplo del hombre sin mentalidad definida y en cierto modo dirigido y amparado por otros. (…). A Andresote se le acusaba, no sólo de contrabandista sino también de salteador, traidor y homicida».

Decir que el cimarrón Andresote fue el primer venezolano libertario; el pretender siquiera equiparar sus refriegas motivadas por contrabando –robos y asesinatos de por medio- con los movimientos independentistas precursores de Manuel Gual (1759-1800) y José María España (1762-1799) o con cualquiera otros, es un sinsentido, una blasfemia histórica que –a pesar de los 15 años que han pasado desde 2009 cuando, para ejecutar la tergiversación de la historia con meros fines partidistas, se le cambió el nombre a la autopista centro occidental- no ha tenido, no tiene ni tendrá arraigo en el ideario histórico nuestroamericano.

Por ello es que no hay ni un sólo historiador contemporáneo –que se considere serio y connotado- que contraríe cuanto hemos afirmado antes. En ese sentido, nos dimos a la tarea de consultar a: Pedro Manuel Arcaya, Agustín Blanco Muñoz, Mario Briceño Iragorry, Manuel Caballero, Germán Carrera Damas, Simón Alberto Consalvi, Juan Bautista Fuenmayor, José Gil Fortoul, Horacio Cabrera Sifontes, Vicente Lecuna, Guillermo Morón, Jorge Olavarría, Isaac Pardo, Caracciolo Parra León, Caracciolo Parra Pérez, Tomás Polanco Alcántara, Arístides Rojas, José León Tapia, Bartolomé Tavera Acosta, Felipe Tejera, Diego Bautista Urbaneja, Ramón J. Velásquez y Laureano Vallenilla Lanz; y ninguno de ellos refiere en sus obras, ni siquiera a título de sospecha, que los actos de Andresote se consideren gesta libertaria o independentista venezolana alguna. Y es que ello es inconmensurablemente así porque, el que hayan sido en contra del imperio español: del rey Felipe V de España (que reinó de 1700 a 1746), de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas o del gobernador y capitán general de la Provincia de Venezuela, Sebastián García de La Torre, en absoluto significa que fuesen ácratas o patrios.                

Por lo demás, es bueno que se recuerde una encuesta realizada en 2014, en los estados Carabobo, Cojedes, Lara y Yaracuy, por OCR Consultores, cuyo resultado estadístico reflejó que en la conciencia colectiva del venezolano común, esa importante arteria vial sigue llamándose Rafael Caldera.

Sobre Rafael Antonio Caldera Rodríguez (1916-2009), apodado familiarmente como « Toño», de indudable significación contemporánea abismalmente antagónica al antes mentado, diremos muy poco pues sus ejecutorias –como resulta lógico- son mucho más conocidas. Para este cometido nos hemos valido del libro «Mi testimonio» (Editorial Libros Marcados C. A. Caracas, 2014) de Juan J. Caldera Pietri.

El distinguido jurista, profesor universitario de sociología jurídica, redactor de nuestra primera Ley del Trabajo, diputado, Presidente de Venezuela por 2 períodos y senador vitalicio por mandato constitucional; natural de la 5ta avenida de San Felipe (capital del estado Yaracuy), hijo de los sanfelipeños Tomás Caldera Izaguirre y Rosa Rodríguez Rivero, e hijo adoptivo (por el prematuro deceso de su madre en 1918) de su tía María Eva Rodríguez Rivero y de su tío político Plácido Daniel Lizcano; fue precisamente el primer impulsor de esa construcción vial en su tramo inicial Barquisimeto-Yaritagua (cuyo proyecto original consistía de Carora a Puerto Cabello), que a más de medio siglo después sigue siendo muy útil y una de las más importantes del país.

Además, el central azucarero Río Yaracuy, los Silos de Urachiche, el Plan de Desarrollo Integral de los Valles de Aroa, las represas de Cumaripa, Guaremal y Cabuy, fueron importantes obras de infraestructura regional de su primer gobierno. Luego siguieron: el Plan de Desarrollo Urbano de San Felipe-Cocorote, la Zona Deportiva de San Felipe, el Parque San Felipe El Fuerte, el Parque Leonor Bernabó, la modernización de la Plaza Bolívar, la construcción de la Catedral Metropolitana, la Zona Industrial de San Felipe, el CIEPE, el primer tramo de la avenida Libertador, la Avenida Intercomunal José Antonio Páez (prolongación de la av. Cedeño), entre otras, son todas construidas en sus 2 gestiones de gobierno.

Hoy por hoy, para realizar una generalización empírica y comprobar la hipótesis de cómo ha de nombrarse la autopista en referencia, sólo habría que aplicar el Método de Investigación Comparativo. Así que, bien puede cotejar sistemáticamente ud. amigo lector… Pues «Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mateo 22:21).

Entradas relacionadas